Lorenzo Serra Ferrer, agachado, observa las evoluciones de sus jugadores durante un partido del Betis en la presente temporada. Foto: FÉLIX ORDOÑEZ

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«Espero que a la tercera sea la vencida. Tengo una espina clavada que quiero sacarme». El fútbol le ha dado una nueva oportunidad a Llorenç Serra Ferrer (Sa Pobla, 1953). Después de las frustraciones acumuladas en las citas de 1991 (1-0 ante el Atlético) y 1997 (3-2 frente al Barcelona) el entrenador mallorquín del Real Betis abrió anteayer las puertas de su tercera final de la Copa del Rey tras tumbar al Athletic. El próximo 11-J, presumiblemente en Madrid, se medirá a Osasuna en una final inédita que puede desembocar en el primer título de un entrenador mallorquín en la historia del torneo. Sería el lazo a una carrera forjada en sus inicios en los campos de tierra como jefe del vestuario del Poblense, que alcanzó la cima en el verano de 2000 cuando se hizo con las riendas del Barça. Entre medias, su pluma táctica encabeza varias páginas legendarias del Betis y del Mallorca. Ambos equipos ascendieron a Primera y alcanzaron la final de Copa bajo su tutela y es el técnico que más partidos les ha dirigido en Primera División. Casi nada...

Extasiado por las celebraciones y cansado por el viaje, Serra Ferrer atendió ayer con amabilidad a este periódico. Pensando ya en el próximo compromiso de Liga, que le enfrentará el domingo al Atlético en el Calderón, epobler ya apunta al título. De hecho, disputar tres finales de Copa no está al alcance de cualquier entrenador. Técnicos del prestigio de Cruyff, Clemente o Irureta jamás alcanzaron ese peldaño. Serra espera que ésta sea su Copa: «Tengo una enorme alegría por poder participar y la ilusión de ganarla. Es una espina que tengo clavada y que me gustaría sacarme», apuntó el de Sa Pobla. En 1991, un mal despeje de Zaki Badou y un remate postrero de Alfredo le apartó de la gloria cuando ya se divisaba la tanda de penaltis. «El Mallorca no tenía una estructura sólida, eran jugadores sin experiencia, pero fue un aprendizaje muy bueno tanto para mí como para ellos. Aprendieron a volar. Pienso que al Mallorca, como club, también le sirvió para expandirse. Fuimos un rival muy digno porque a pesar de jugar en Madrid, ante un rival de la capital, dejamos el pabellón muy alto».

Un lustro después, en el 97, el Barça se cruzó en su camino al éxito de nuevo en la prórroga. Después de ponerse dos veces por delante en el marcador con goles de Alfonso y Finidi, el Barça sentenció con un gran Figo: «Fue una final distinta porque el Betis era un grupo muy fuerte, con jugadores como Ríos, Vidakovic, Jarni, Nadj... Pero enfrente también teníamos a un rival temible porque jugar ante el Barça siempre es tener cierta desventaja. Lo hicimos bien, pero no pudo ser». Después cogió el ascensor y descendió hasta el sótano, hasta el laboratorio de la cantera azulgrana. Y en el verano de 2000, se la abrieron las puertas del banquillo azulgrana. Después de cuatro años agazapado en el anonimato, con una corta experiencia como seleccionador de Balears, ebrujo de Sa Pobla vuelve a estar asomado en el balcón.