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El último Grand Slam de la temporada supone una última oportunidad para algunos para subirse al tren de la Copa Másters. Pero para Rafael Nadal es un serio test para conocer su evolución sobre pista rápida y ver si puede reeditar la final de Miami ante su eterno predecesor en la Carrera de Campeones y la Lista de Entradas. A estas alturas, a Roger Federer se antoja difícil destronarle.

El helvétivo acumula 28 victorias consecutivas sobre superfície dura, 22 finales ganadas sin pausa y 82 semanas seguidas como mejor raqueta del mundo le avalan, pero Nadal pone sobre la mesa sus nueve títulos -idéntica cantidad que el suizo-, su condición de cabeza de serie número dos y el descaro que le ha llevado a obtener victorias del calibre de Roland Garros, Montecarlo, Roma, o más recientemente Montreal, una excelente pista de pruebas que dejó claro que amanacorí no le asusta el reto de asaltar Flushing Meadows, un feudo poco propicio para los españoles y en el que su compañero Carlos Moyà firmó uno de las últimas proezas de la Armada en la Gran Manzana. Semifinalista en 1998, marcó la senda a seguir por su sucesor.

Instalado en la parte baja del cuadro, Nadal se estrena ante el estadounidense Bobby Reynolds, que llega con un wild card y pocas esperanzas de poder dar la campanada. Nada le tiene ganas al US Open. Como se las tiene a todos los torneos en los que toma parte. Ser número uno podría parecer utópico, pero el pupilo de Toni Nadal no renuncia a nada y en Nueva York se le presenta una ocasión de oro para recortar el abismo que le separa de un Roger Federer que en el Másters Series de Cincinnati presentó sus credenciales.