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El italiano Arrigo Sacchi dejará su puesto director de fútbol del Real Madrid, según ha informado Real Madrid Televisión durante su programa «Minuto 91». La marcha de Sacchi se ha anunciado un día después de la destitución del brasileño Vanderlei Luxemburgo como entrenador del primer equipo blanco. El italiano fue nombrado director de fútbol del Real Madrid el 21 de diciembre del año pasado, el mismo día en el que Emilio Butragueño fue nombrado vicepresidente del club. El entrenador entonces era Mariano García Remón. Sacchi se marchará del Real Madrid «por motivos personales». El técnico ya comunicó al club su intención de abandonar su puesto quince días antes del encuentro contra el Barcelona. Florentino Pérez, presidente del club, calificó a Sachi el día de su nombramiento como un auténtico enfermo del fútbol y un tipo que vive su profesión las 24 horas del día. El objetivo de Pérez era entonces que el club se profesionalizase y se organizase «a un nivel más acorde al mundo del fútbol». Sacchi tenía un contrato indefinido y su puesto fue calificado entonces como «permanente».

Después de que una crisis de ansiedad le apartara de los terrenos de juego hace cuatro años, Sacchi regresó el año pasado para dirigir al equipo que hace varios lustros le consideró su bestia negra europea. La vida de Sacchi está llena de cambios bruscos de sentido, siempre a la voluntad de un fuerte y decidido temperamento. Y es que este italiano nacido hace 59 años, tuvo que probar el fracaso para aprender a saborear el triunfo de la época dorada del Milán, esa época en que endosaban 5-0 al Madrid. Y el fracaso lo probó vestido de corto, como regular jugador de nulo futuro, que le obligó a reconsiderar desde adolescente su pasión por el fútbol y encaminarla a los banquillos. Pero no sería hasta 1985 cuando este hijo de zapatero daría el salto a la profesionalidad, con su fichaje por el Parma, entonces en la Tercera División italiana, al que en un solo año consiguió ascender.

Y seguiría entrenando al Parma hasta que en el verano de 1987 Silvio Berlusconi le daría la oportunidad de su vida: ofrecía el banquillo del Milán a un desconocido, hincha desde pequeño del Inter, y al que la prensa no trataría demasiado bien al principio, poniéndole el apodo de «Don nadie». Las pequeñas frustraciones solo servirían para que en abril de 1989 saboreara mejor la histórica «manita» que endosó al máximo rival continental de los milanistas, un Real Madrid que en San Siro y con la Quinta del Buitre fue incapaz de vencer al equipo de Baresi, Van Basten, Gullit y Rijkaard, y vio como se escapaba otra final de la Copa de Europa. Su destino tras el Milán era otro, la selección italiana y su punto de mira el Mundial de Estados Unidos de 1994, en el que Italia acabaría perdiendo la final, pero no sin antes eliminar a España en cuartos.