Nadal celebra un punto durante su partido de ayer. Foto: O. WEIKEN

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Amador Pons|PARÍS
Arrodillado en medio de la pista central, con los brazos en alto. Cuesta imaginarse a Rafael Nadal de otro modo. Es un gesto tan común y tan previsible que sus hazañas parecen pasar desapercibidas. El tenista mallorquín firmó ayer su victoria consecutiva número 59 sobre tierra batida para avanzar hasta su segunda final de Roland Garros. El "extraterrestre" se impuso por 6-4, 6-2 y 7-6 (9-7) a Ivan Ljubicic después de dos horas y 49 minutos de semifinal. Mañana luchará otra vez con Roger Federer para levantar nuevamente la Copa del los Mosqueteros. El mejor duelo del tenis mundial para decidir uno de los Grandes. No se puede pedir más.

Después de clasificarse para las semifinales, Ivan Ljubicic aseguró que sabía la fórmula para ganar a Rafael Nadal. Empieza a ser un comentario bastante habitual en el circuito, un comentario bastante curioso porque después no le gana nadie. El croata no fue una excepción, ni siquiera con la ayuda de un elemento externo: el viento. No es fácil jugar a tenis con viento, especialmente para un jugador como Nadal, al que le interesa los intercambios, que los puntos sean largos.

Ivan Ljubicic descubrió su táctica en el primer juego. Sacó todo el tiempo por encima de los 200 kilómetros por hora (el más fuerte del primer juego a 218) y lanzó constantemente su derecha y su revés en busca del tiro ganador. Rafael Nadal se mostró muy pausado desde el inicio. Tardaba mucho entre punto y punto antes de sacar, pensando la siguiente jugada (1-1).