Rafael Nadal exhibe el trofeo que le acredita com ganador de Roland Garros; el tenista malloquín superó en la final al suizo Roger Federer. Foto: SERGIO CARMONA

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Amador Pons|PARIS
Rafael Nadal ha nacido para hacer historia, para marcar una época. No le importa que su camino haya comenzado en pleno reinado de Roger Federer, probablemente el mejor tenista de la historia. El mallorquín puede con todo. Ni una lesión que parecía que le iba a retirar del deporte le ha podido detener. Ayer, en Roland Garros, escribió su página más brillante. Frente al número uno del mundo, el jugador balear remontó la final y se impuso por 1-6, 6-1, 6-4 y 7-6 (7-4) para sumar su segundo Grand Slam. Nadal acumula ya 60 victorias consecutivas sobre arcilla, lo que le convierte en el indiscutible rey de la tierra.

Cuando comenzó el partido parecía que Nadal podría perder, aunque el duelo se disputara sobre tierra batida. La cita entre las dos mejores raquetas del mundo comenzó como más le gusta al mallorquín -se colocó 15-40 con saque de Federer- pero el suizo logró salvar la situación y terminó ganando el juego (0-1). El balear se fue al saque y no consiguió meter su primer servicio. Federer aprovechó, se puso 15-40 y forzó a Nadal hasta que éste lanzó su derecha contra la red (0-2).

Rebozado en tierra batida, Rafael Nadal celebraba ayer en la Philippe Chatrier la victoria más importante de su carrera. Ya había ganado un Grand Slam y ya había ganado cinco veces al número uno del mundo, pero tener que hacerlo al mismo tiempo, en Roland Garros, es una tarea muy complicada, especialmente para un chico que acaba de cumplir 20 años. El mallorquín demostró que tiene un carácter distinto al del resto y superó a un Federer que perdía su primera final de Grand Slam y que veía cómo se esfumaba la posibilidad de sumar el Grande que le falta.