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Tolo Jaume |PARÍS
El segundo Roland Garros de Rafael Nadal certifica la supremacía del mallorquín sobre tierra batida, una superficie en la que ya acumula sesenta victorias consecutivas con un buen puñado de Masters Series y dos grandes en el zurrón. El 'manacorí' dejó a Roger Federer sin cumplir su sueño de encadenar el éxito en las citas de mayor prestigio del circuito ATP, pero el suizo puede conformarse con ser el amo y señor del ránking.

Sin duda, son dos jugadores que están marcando una época que contrapone dos estilos tan diferentes como admirados por todos los amantes de este deporte, que han aprendido a saborear el talento del helvético y la fortaleza del mallorquín. Sin embargo, no todo es físico en un deporte en el que el aspecto psicológico acapara buena parte de las acciones. La concentración y la magia para conectar golpes imposibles también las ha acreditado el 'manacorí' en un choque que puso de relieve las virtudes de uno y otro contendiente.

Nadal agota todos los adjetivos calificativos que se puedan añadir tras su nombre, porque es difícil de explicar la forma que tiene un joven de 20 años recién cumplidos para haberse convertido en la auténtica pesadilla de un jugador con condiciones para pasar a formar parte del selecto grupo de jugadores que han escrito la historia del tenis. Posiblemente no ha habido, ni hay un tenista tan completo como el suizo, lo que añade aún más mérito a la capacidad de Nadal para derrocarle.