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Fernando Fernández|BARCELONA
Los 4.727 metros del trazado del Circuit de Catalunya traen a la memoria algunos de los momentos más memorables e inolvidables de la vida deportiva de Jorge Lorenzo. Conoce como pocos el balear el asfalto maldito de Montmeló. Sus catorce curvas, el poco más de un kilómetro de longitud de la recta de meta, el giro ciego que da acceso a la misma... Desde pequeño, recorría a los mandos de su Derbi palmo a palmo el escenario del Gran Premi de Catalunya 2006, la edición que le debe servir para romper el particular maleficio que le perseguía en este rincón en el que durante 365 días al año huele a gasolina y goma quemada.

Su puesta de largo oficial en el Campeonato del Mundo, allá por 2002, no pudo emitir mejores sensaciones. En pleno rodaje sobre la Derbi que le descubrió al planeta, Jorge se permitía, semanas después de convertirse con 15 años y 1 día en el piloto más joven en debutar en el Mundial, la licencia de ser a la par el precoz por excelencia a la hora de sumar puntos en la competición. Era un 16 de junio de 2002 y Manuel Poggiali (campeón al año siguiente) daba un nuevo recital a los mandos de su Gilera. Dani Pedrosa daba el campanazo con su segundo puesto, pero todos miraban al límite de la zona de puntos, al decimocuarto lugar. Allí se encontraba aquel chaval que quería comerse el mundo en Jerez, apenas un mes y una semana antes, y que pasaba a tener sus primeros dos puntos. Tenía Jorge 15 años y 43 días, tiempo suficiente como para seguir haciendo historia y granjearse la fama de "hombre récord" que le persigue.

El panorama cambiaba de manera radical en 2003. Era el año de su explosión definitiva y Catalunya debía ser la plataforma de lanzamiento. Ya nadie podía con Pedrosa, pero el 48 se colaba en la guerra entre Honda y Aprilia. Tanto que luchó hasta el último giro por el quinto puesto, aunque tuvo que conformarse con el sexto en beneficio de Perugini. Su mejor resultado hasta el momento y un anticipo de lo que Brasil y Malasia nos harían vivir. Pero cuando mejor le iban las cosas, cuando ya era un peso pesado en 125 centímetros cúbicos, la fortuna le quiso ser esquiva. En la temporada 2004 ya contaba para todos, pero la regularidad de Dovizioso marcaba por entonces las diferencias. Llegaba a Montmeló pletórico, en un momento dulce y afrontando la mejor parcela del curso (Mugello, Montmeló, Assen...). Para empezar, marcó su terreno con la que era su segunda «pole» en el octavo de litro (1:50.497). Todo pintaba de maravilla. Lorenzo estaba a gusto sobre una Derbi hecha a su medida y que le podía hacer campeón del mundo. Jugaba en casa, se sabía todos los secretos del trazado. Fue la de ese año una de las carreras más emocionantes que se recuerdan por estos lares en la menor de las cilindradas. En menos de un segundo entraron en meta los seis primeros. Ganó Barberá, pero un error de sincronización entre la pizarra del muro en la última vuelta (le señalaron que faltaban dos) hizo que Jorge cambiara la táctica en el momento equivocado. Prefirió reservarse y esperar, pero cuando quiso darse cuenta, ya veía la bandera a cuadros y se debía conformar con un quinto puesto que sabía a poco después de un fin de semana ilusionante. Su enfado estaba justificado. Había perdido la última oportunidad para ganar en Catalunya con Derbi como jamás hubiera pensado.