TW
0

Que el fútbol es el deporte de masas por excelencia es algo que está fuera de toda duda. Y que el Mundial y la selección española son capaces de todo, también. Llegaron las nueve de la noche de ayer y, casi por arte de magia, las calles de Palma se vaciaron. Contados coches, autobuses vacíos y pocos peatones. Esta vez el horario sí acompañaba y los domicilios particulares, además de los habituales bares, se convirtieron en puntos de encuentro para aficionados, más o menos forofos o discretos. El que no estuviera al día, podía pensar que algo pasaba. Y no le faltaría razón. España jugaba y Mallorca se paralizaba. Al igual que todo el país. Sólo el fútbol puede conseguirlo y una vez más se hizo buena la tradición. Entre tanto silencio, el tempranero tanto de Mnari hizo que la sensación de calma fuera aún mayor. Apenas se oía nada que rompiera la monotonía, salvo algún que otro televisor con el volumen por encima de lo normal y las radios de los pocos taxis que se veían.

En una jornada apacible que para muchos acababa, ni el tiempo de descanso hizo que se moviera algo fuera de lo común. En los bares, entre caña y caña, los más optimistas pensaban que la remontada era posible. Otros, se resignaban. Incluso los hubo que se marcharon antes a cenar a sus casas, viendo que había por entonces poca cosa que celebrar. A medida que iban pasando los minutos, los rostros se iban poniendo más serios y la estampa de las calles de Ciutat era la habitual un lunes por la noche.

Pero este era diferente, la fiesta del fútbol hubiera podido dibujar una velada completamente diferente. Y cada ocasión que se desaprovechaba generaba comentarios de todo tipo. Incluso se podía escuchar algún lamento que procedía de las muchas ventanas abiertas. Hasta que llegaron Raúl y Fernando Torres para darle la vuelta al marcador y al estado de ánimo de los aficionados. Se escucharon gritos, bocinas, cláxones y todos salieron con una sonrisa. España ilusiona y la afición se ha enganchado.