Los jugadores de la selección Raúl, Torres, Mariano Pernía y Xabi Alonso celebran el segundo gol español. Foto: OLEG POPOV

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Tiene su residencia fijada en Londrés, pero nació en Barcelona. Nunca ha jugado en Primera, pero si en la Premier. Es Cesc Fábregas un futbolista distinto, de esos que nunca se quedan a ciegas y siempre encuentran espacios. De toque rápido y clarividente. Y descarado, claro. Sólo así se entiende que un tipo de apenas diecinueve años sacara anoche a España de un buen apuro y elevara la moral de la tropa. Fue junto a Fernando Torres y el reivindicativo Raúl González el gran héroe de la remontada sobre Túnez (3-1). España ya tiene su billete para los octavos.

Anduvo espeso el equipo de Luis durante un buen tramo de su segunda función mundialista. Incluso lánguido. Lo aprovechó pronto Mnari, que batió a Iker a bocajarro. A partir de ahí, control español sin precisión y llegadas sin pólvora. Entre disparos lejanos y bastantes dudas, España se retiró cabibaja a vestuarios. Hubo que activar el plan «B». Llegaron Raúl, Joaquín y Cesc, sobretodo, Cesc, y España aseó su fútbol.

No tardó el catalán en tomar el mando del partido y suscribir una pequeña sociedad con Torres. El pase y la velocidad fustigaron a Túnez, que se quedó se fue quedando sin gasolina a medida que su adversario empujaba de verdad. Tuvo su trascendencia Joaquín, inicialmente obsesionado en tirarse hacia el centro y que fue un aguijón envenenado cuando ejerció de extremo puro. Con el campo más abierto, Cesc, Xavi y Xabi Alonso no tardaron demasiado en imponer sus galones. Los goles no tardaron en llegar. Cesc se hartó de mandar telegramas y tejer un triunfo ilusionante. La selección crece, Cesc ya es muy grande.