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Hernán B. Ruiz|FRANCFORT
El Mundial de Alemania comenzó con el mito, ya hecho trizas, de que Brasil era el límite, y llega a su fase semifinal con una pregunta: ¿Por qué los otros pueden «jogar bonito» y los «canarinhos», con tantas estrellas, no?

Roberto Carlos llevó el dedo índice a su pecho, señalando la marca de su patrocinador: «Joga bonito. Es un lema de ellos, Pero el fútbol es de resultados y Brasil tiene cinco títulos», dijo.

Brasil se preparaba para el partido de los cuartos de final contra Francia y el lateral zurdo derrochaba optimismo: «Si pensara en perder, hago mi maleta y vuelvo a casa hoy mismo», dijo severo.

Carlos Alberto Parreira, el hombre que en 1994 condujo a Brasil al título que puso fin a un ayuno de veinte años en los mundiales, fue la apuesta de fe para seguir el trabajo que Luiz Felipe Scolari abandonó victorioso a comienzos de 2003.

Parreira jugó sus fichas sin vacilar, pero perdió en el sorteo.

«Un Mundial se gana con equipo. Jugador define partidos. No sólo el talento da títulos. Se requiere trabajo, planificación, espíritu de equipo», insistía el preparador carioca en su segunda etapa.

Los «bleus» derrocharon todo eso ayer en Fráncfort ante un Brasil de cielo estrellado y, no contentos, Zinedine Zidane, Thierry Henry y compañía demostraron que el «jogo bonito» no pasa de moda y no es apenas una expresión artística al servicio de la mercadotecnia.

Para los brasileños, el problema fundamental en el comienzo era si el «cuadrado mágico», la sociedad formada por Kaká, Ronaldinho, Adriano y Ronaldo, debía transformarse en un «pentágono mágico».