Nada hacía presagiar que Miguel Bover que el 26 de julio de 1956 quedaría registrado en la historia del deporte mallorquín. No obstante, según una entrevista publicada en el «Baleares» días posteriores a la victoria declaró que «era mi máxima ilusión. Acariciaba la idea de ganar esta etapa, y la verdad, me veía con fuerzas suficientes para conseguirlo». Ya había tenido gran actuación en la Grand Boûcle, pero el infortunio de una caída le privó de poder optar a un triunfo parcial.
Pero aquel día todo iba a cambiar. Fue de los primeros en tomar la salida de la antepenúltima etapa del Tour. Una contrarreloj de 74 kilómetros entre las ciudades de St Etienne y Lyon. Sólo 10 corredores le precedieron, con lo cual de conseguir un gran registro, el resto del pelotón tendría una buena referencia para intentar mejorarlo. Además, en los pronósticos sólo parecían contar el luxemburgués Gaul y los belgas Ocker, Branckart y Adriaensens, además de corredor galo Bauvin. No obstante salió a por todas «con una marcha regular y el pensamiento fijo en la meta».
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