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Los nietos de Guiem Timoner y Pep Amengual ya están aquí. Durante muchos años, el deporte mallorquín se nutrió de los éxitos en blanco y negro logrados por el ciclista y el pescador. Fueron los pioneros que brillaron en situaciones de máxima dificultad, que competían ante unos rivales superiores en medios pero no en ganas ni coraje. Timoner y Amengual abrieron una puerta que nadie cruzó durante décadas y décadas. El momento en el que se pasó página coincidió con la técnificación, la explosión y las nuevas infraestructuras de los Juegos Olímpicos de Barcelona'92. Desde aquella cita, el deporte nacional en general y territorial en particular vive instalado en una generación de oro.

En apenas un lustro, un puñado de mallorquines se ha instalado en el Olimpo. Desde Elena Gómez hasta Rafael Nadal pasando por Carlos Moyà, Marga Fullana, Joan Llaneras, Brigitte Yagüe o Rudy Fernández, que puede ser considerado como el primer campeón mundial mallorquín como integrante de una de las grandes selecciones. Sin presencia isleña en los combinados de balonmano, hockey patines y fútbol sala, que también guardan en sus vitrinas un título mundial, la presencia del escolta mallorquín entre los elegidos por Pepu Hernández es la última muestra de un panorama que ha cambiado de forma radical en los últimos tiempos. La insultante juventud de algunos de los protagonistas -Nadal (20 años), Rudy (21), Lorenzo (19)...- invitan a pensar en un horizonte cargado de éxito.

Joan Llaneras es el coleccionista de mundial. Para el ciclista nacido en Porreres en 1969 ganar se ha convertido en un hábito. El pasado mes de abril sumó su sexto título, un palmarés enorme al que hay que añadir dos medallas olímpicas (oro en Sydney y plata en Atenas). Nadie en Balears puede igualar su hoja de servicios e incluso el legendario Guillem Timoner ha visto cómo su reinado sobre las dos ruedas se evaporaba cuarenta y un año después. Llaneras tiene cuerda para rato. Quiere estar en el podio de Palma 2007 y pondrá fin a su brillante singladura por los velódromos de todo el planeta en los Juegos de Pekín, su cuarta aparición olímpica. También el tenis ha sido testigo directo de las páginas más brillantes de la historia del deporte insular. A mediados de la década de los 90, un hasta entonces desconocido Carlos Moyà irrumpió con descaro en las Antípodas al plantarse en la final del Open de Australia. Unos años más tarde, Charly ascendió hasta la azotea del tenis mundial, un hito sin precedentes durante la era ATP. Cuando su curva comenzó a descender, otro mallorquín de apellido ilustre ascendió como la espuma.