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Pamplona sigue siendo un territorio comanche para el Mallorca. Fiel a su manera de actuar cada vez que irrumpe en el Reyno de Navarra, el conjunto balear volvió a abandonar el coqueto estadio osasunista sin nada que llevarse a la boca. En esta ocasión, además, le tocó padecer una de las versiones más crudas del fracaso y recibió un castigo tremendo que si bien no tendrá demasiada importancia en la clasificación, si que podría dañar seriamente al sistema nervioso del equipo. Toca levantarse, porque aunque el margen es amplio, se avecina una de las fases más espinosas del calendario (3-0). El Mallorca se sumergió en el partido con un aspecto muy renovado, casi sorprendente. Manzano apuntaló el centro del campo con un doble pivote de contención y contrarrestó la baja de Jonás dándole la alternativa al camerunés Kome. Además, sacó del equipo a Varela en beneficio de Héctor y devolvió a Juan Arango a la delantera dejando para Jankovic el carril izquierdo del centro del campo. Una apuesta innovadora, extraña y sin demasiada consistencia que necesitó casi media hora para cuajar y que se diluyó tras el descanso.

Osasuna empezó a intimidando pronto, concretamente al minuto y medio de juego. Soldado aprovechó el desconcierto inicial de la zaga para abrirse paso en dirección a Prats y el de Capdepera evitó un tanto que hubiera tenido una trascendencia enorme en el encuentro. Era el primer toque de atención, aunque tampoco pasó de ahí porque el Mallorca acabó siendo el gran dominador del primer acto. Los de Manzano necesitaron la ayuda del cronómetro para adaptarse al guión, pero una vez que estiraron sus líneas y se asentaron sobre el tapete invadieron el territorio de un Osasuna que se movía unicamente por impulsos. En cualquier caso, los baleares se olvidaron la pólvora en el vestuario y sólo la osadía de Jankovic y la constancia de Arango pusieron a prueba los guantes de Ricardo. Los locales no se quejaron y la única réplica seria se aplazó hasta el último minuto del primer tiempo, cuando un centro envenenado de Corrales obligó a Prats a multiplicarse para forzar un lanzamiento de esquina.

Aunque todo parecía controlado, el descanso agotó el oxígeno del Mallorca, que vivió una de las mayores pesadillas de la temporada durante el segundo tiempo. Arango fue el primero en romper el hielo y trató de marcar su territorio con un disparo un tanto forzado que paradójicamente abriría el festival osasunista de modo inesperado. Todo empezó cuando Corrales encontró una autopista en el carril izquierdo y dibujó un centro al corazón del área que Roberto Soldado convertiría en oro. El delantero valenciano le robó la cartera a Nunes y después se inventó una asistencia que Milosevic ejecutó con la solvencia de un grande. Una puñalada directa al corazón y el principio del fin para los visitantes, que cayeron en una profunda depresión de la que ya no se repondrían.