Nunes, en un primer plano, protesta el penalti sancionado por Iturralde González. Foto: CARLOS LAGO
El Mallorca sigue en el fango. La escuadra balear fue incapaz de conectar anoche su segunda victoria consecutiva y salió de Riazor con la cabeza agachada y su maleta llena de dudas. Los deseos de venganza se difuminaron entre las miserias de su juego y el equipo volvió a regalar un partido que por momentos llegó a tener perfectamente controlado. Otra vez un penalti, en este caso infantil y poco justificado, deja al conjunto balear tendido en el suelo y a pocos metros del incendio, que vuelve a avivarse de forma preocupante (1-0). El equipo de Manzano abrió la cita mucho más enchufado que el Deportivo. Serio, ordenado y avalado por un tratado de intenciones valiente y descarado, el cuadro rojillo se apoderó del balón y empezó a interpretar su guión siguiendo unas coordenadas muy concretas. Ibagaza, bien custodiado de nuevo por Jordi López y Basinas, levantó enseguida la mano para pedir el turno de palabra y el grupo agradeció su frescura inicial mientras se ganaba el respeto del cuadro gallego. De hecho, cuando todavía no se habían consumido los primeros dos minutos de juego, el argentino ya había probado la firmeza de los guantes de Aouate en una acción cosida entre Jonás y Arango. La jugada activó los sentidos bermellones y afianzó el gobierno mallorquinista, que tuvo vigencia los diez primeros minutos, justo el momento en el que empezó a despertar el Deportivo. Un disparo envenenado de Cristian que Prats rechazó con dificultades metió a los gallegos en el partido y el castillo de naipes que estaban levantando los baleares comenzaba a desmoronarse.
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