Riera posa para este periódico con las camisetas del Mallorca, de la selección y del Espanyol. Foto: CARLOS MIRA

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Nadie lo duda. Albert Riera Ortega (Manacor, 1982) es el hombre de moda del fútbol español. El centrocampista mallorquín ha alcanzado la madurez en Montjuïc y después de pasar varias semanas sobre una nube, irrumpirá mañana en el ONO Estadi convertido en una estrella. Será su regreso más especial. Sus últimas actuaciones en el campeonato y su reciente internacionalidad le han trasladado a una posición única y privilegiada, de la que presumirá ante su gente en Ciutat.

Ha tenido que aprender a convivir con la presión mediática y a gestionar su tiempo libre en función de una cargada agenda de compromisos, aunque eso, ahora, no le importa demasiado. Es consciente de que debe aprovechar su momento y se lo toma con calma, paladeando con orgullo lo que le ha caído encima. Mañana, con todos los focos apuntándole, pondrá a prueba a su Mallorca y tirará del Espanyol en uno de los partidos más llamativos que ha abrazado hasta ahora el coliseo bermellón. Reconoce que actuará en casa y que jugará envuelto en recuerdos, pero advierte que su visita a la Isla no es más que otra escala en su espectacular progresión, que durante noventa minutos aparcará las amistades para seguir compilando elogios.

Riera ha tenido mucho trabajo extra estos últimos días. Su teléfono móvil echa humo y la carpeta del jefe de prensa blanquiazul, Rafa Ramos, rebosa en el apartado de peticiones de entrevistas. Aun así, el manacorí es capaz de ensanchar al máximo su jornada laboral y para recibir a Última Hora en las entrañas del laboratorio perico. Y no era fácil. A eso de las nueve y media de la mañana, el balear se asoma a la ciudad deportiva de Sant Adrià, donde trabaja el conjunto catalán, a bordo de su nuevo y flamante deportivo, con el que se desplaza a diario desde su domicilio de Masnou. Sorprendentemente, las puertas del hogar blanquiazul están cerradas a cal y canto por expreso deseo de Ernesto Valverde y el zurdo tiene que interceder ante el técnico para recordarle que había concertado una cita con este diario. Una vez aclarado el asunto, Riera vuelve a aparecer en escena, esta vez ya vestido de corto y dispuesto a dedicar casi una hora de su tiempo a atender la visita y responder todo aquello que se le plantea. Tras preocuparse por la comodidad de sus invitados, el jugador reconoce que está en una dimensión muy distinta a la que ocupaba hace cinco años, cuando cambió el sol de Mallorca por las continuas precipitaciones de Burdeos. Su paso por el Girondins, unido a la experiencia cosechada en Manchester le han ayudado a evolucionar a un ritmo enorme y se nota. De hecho, el Riera actual no tiene nada que ver con aquel joven de apenas veinte años que tuvo que hacer las maletas para probarse en la emergente liga francesa. Se aprecia en sus gestos y en su forma de expresarse, pero sobre todo en su juego.

Pocos futbolistas han ofrecido hasta ahora un rendimiento parecido en el mismo espacio de tiempo. Indispensable en la base del nuevo proyecto del Espanyol, Riera ya ha olvidado los problemas que sufrió durante la etapa de Lotina y se ha destapado como un goleador decisivo. Valencia y Real Madrid han sido sus últimas víctimas y en el siguiente de la lista podría ser el club de sus amores: el Mallorca.

Para llegar a la situación actual, Riera ha tenido que trabajar muchísimo en la sombra, aunque él no cree que haya sido para tanto. Es más, considera que ha seguido el camino más habitual: «Tampoco creo que hay sido excesivamente duro. Era cuestión de tiempo, de esperar a que llegara mi plenitud, los mejores años de un futbolista, porque si esto te pasa con 20 años después todo viene rodado. Pero no creo que lo haya tenido muy difícil», asegura. «Me fui a Burdeos y quizá tuve que abrirme hueco en una Liga que no tiene tanto cartel como la española. Después, tenía ganas de volver y más tarde me tocó emigrar otra vez a Inglaterra, pero disfruté. Me encantó y me gustaría volver a jugar allí algún día. En Manchester aprendí un montón, complementé mi juego y ahora me aprovecho de eso. Tienen otra mentalidad, es otro mundo», confiesa.