Undiano Mallenco, árbitro del partido, muestra la tarjeta roja a Ballesteros ante Nunes y Navarro. Foto: MONSERRAT

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Desprendía el aroma de un partido grande y lo fue. El Mallorca se quedó a unos milímetros de alargar la racha que le ha trasladado a la sala de espera de las competiciones europeas, pero sigue transmitiendo unas sensaciones mayúsculas. Con todo en contra, los de Manzano acabaron abrazando un empate enorme que multiplicará su valor cada vez que se repasen las imágenes del resumen. Ni el Espanyol de Riera, ni todos los contratiempos posibles, incluido un arbitraje mezquino, pudieron con la escuadra isleña, que sigue aparcada a las puertas de la zona más lujosa de la clasificación (2-2).

Para seguir volando, el conjunto bermellón tuvo que pasar por tramos de todos los colores. La primera mitad fue como un partido en miniatura y en sólo cuarenta y cinco minutos sucedieron más cosas de las que ocurren muchas veces en noventa. En cualquier caso, el comienzo fue espectacular, arrollador, sublime. El Mallorca, totalmente empapado de la nueva filosofía de Manzano, encaró el choque de forma muy diferente a como lo había hecho en sus últimas actuaciones como local. Irrumpió sobre el tapete dispuesto a comerse al Espanyol antes de que se quitara las legañas y en menos de dos minutos ya le había lanzado el primer bocado. Ibagaza, apoyado en el fútbol que aprendió en la calle, se burló de la defensa blanquiazul y estableció una valiosa conexión con Arango que el venezolano convirtió en oro de ley tras un remate a bocajarro que dejó a Kameni pasmado. De lujo.

El Mallorca ya había lo hecho lo más difícil, despegar, y empezó a divertirse. Su centro del campo carburaba mejor que nunca y los rojillos cosieron los minutos más ricos y atractivos de la temporada. El Espanyol se limitaba a ver circular la bola de un lado a otro, mientras los baleares, que levitaban gracias a su juego de seda, le alegraban la vista a sus aficionados. Basinas marcaba los plazos, al tiempo que Borja, Ibagaza y Arango componían la música que hacían que el equipo sonara como una orquesta sinfónica. Faltaba el segundo hachazo, el que hubiera fundido totalmente al once perico, pero tampoco importaba demasiado porque la superioridad era tan contundente que no dejaba un sólo hueco a la duda.

Lamentablemente, el recital se interrumpió a los veinte minutos, cuando el Espanyol subió al escenario. Los de Valverde no habían generado una sola noticia hasta ese momento, pero se incorporaron a la cita tras una absurda falta de Héctor que sacó Luis García y que Arango, en su intento de despejar, alojó en la portería de Moyà. Parecía increíble, pero el encuentro volvía a resetearse.

Sin apenas espacio para digerir el mal trago, los nubarrones ocultaron el cielo del ONO Estadi. Tamudo, el enemigo más tóxico al que se ha enfrentado el Mallorca en la última década, se quedó prácticamente sólo a la entrada del área local y Ballesteros le arrolló por detrás provocando un desastre desproporcionado. Penalti y expulsión. El otro Raúl no falló y dejó al Mallorca tiritando.

El encuentro reventó en mil pedazos. La temperatura subió varios grados y los jugadores se enzarzaron en una serie de batallas sin sentido que sólo favorecieron al Espanyol. Undiano Mallenco (teóricamente el mejor colegiado de la Liga) pasó a estar entonces en el punto de mira, sobre todo porque antes de que se cargara el pulso había obviado un claro penalti sobre Güiza que cobró una dimensión extraordinaria. El juego le cedió su sitio a las protestas y sólo el descanso rebajó una tensión que empezaba a ser insoportable en todos los terrenos.

Pese a todo, el Mallorca seguía con vida. Manzano había reordenado bien a los suyos en la inferioridad y su colega blanquiazul se daba por contento. De hecho, sacó del campo a Tamudo para darle entrada a Lacruz cuando el árbitro equilibró el número de efectivos expulsando a Clemente (minuto 55). Entonces, los baleares echaron la vista atrás y recordaron sus épicas remontadas de hace sólo unas semanas. Era el turno de Güiza, que salió del anonimato con un tanto de bandera (minuto 68). A partir de ahí, el Mallorca rozó en varias ocasiones su tercera proeza consecutiva, pero le faltó la guinda. Por lo menos, lo intentó con todas sus fuerzas en un ejercicio de confianza admirable.