Borja Valero lamenta uno de los goles de Osasuna

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CARLOS ROMÀN (PAMPLONA) Pocas veces un sueño dura tan poco. En esta ocasión, menos de veinte minutos. En ese tiempo, el Mallorca dejó junto al barranco uno de los objetivos del curso y deterioró uno de los reclamos más jugosos de su afición. El equipo de Manzano derramó la Copa a su paso por el Reyno de Navarra y demostró que más allá del 'plan A' no hay más que oscuridad, mucha oscuridad (2-0).

El conjunto balear parece la presa de una maldición que en apenas un par de funciones podría dejarle completamente desnudo. Parece tener una buena predisposición, pero unas veces las circunstancias, y otras sus propios errores, vacían rápidamente sus argumentos y le convierten en un grupo vulgar, plano, sin alma. Ayer encaró la cita despojado de sus principales puntos de apoyo, pero había ciertas garantías que, sin embargo, tardaron muy pocos segundos en desintegrarse.

Porque la pesadilla comenzó a los tres minutos. Dorado, que inauguraba la temporada en el gélido recinto navarro, sufrió un problema en una de sus rodillas y tuvo que irse del campo en camilla y con el rostro desdibujado. Afortunadamente, estaba Fernando Navarro en el banco para poner un tapón y evitar una sangría que sólo se aplazó un par de minutos. Cinco, concretamente.