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Miquel Alzamora El Mallorca volvió a demostrar ayer que algo falla en la previa de los partidos. Una vez más salió desconcentrado, dormido, incómodo, desajustado y desordenado. Es la tónica más o menos habitual de un equipo que acostumbra a despreciar una de las dos partes de las que consta un partido. Ayer no perdió, pero tampoco ganó y lo peor es que se desprende un halo de conformismo que no es entendible en un equipo profesional.

Cuando el rival, en este caso el Valladolid, gana sobre la pizarra y sobre el campo -en la primera parte así ocurrió- sólo queda echar mano de la garra para apurar al máximo y llegar al descanso con la portería a cero como mínimo. Pero si la desgana y la falta de argumentos se apodera del grupo entonces no hay nada que hacer.

Si el partido ante el Almería fue un suplicio, el de ayer contra el conjunto de Pucela debería hacer reflexionar al equipo de Manzano porque en 90 minutos exhibió dos caras totalmente diferentes, la muy mala y la buena. En la primera se vio la desesperación de un conjunto que, por no saber, no sabía ni improvisar. En la segunda rectificó y más allá de lo acertado de los cambios, por momentos se vio más intensidad, más fe, más pegada y más de todo.

Sin Jonás en el campo durante el segundo tiempo -la duda es saber si estuvo en el primer periodo- y con Arango desconectado -aunque se percató que tras el descanso se estaba jugando un partido de fútbol- el Mallorca sigue dando demasiadas facilidades, juega en ocasiones con diez, otras con nueve y ayer hasta con ocho, si se cuenta también con la presencia pasiva de Dani Güiza. Por momentos -y esto debería evitarlo el entrenador- da la sensación de que cada uno a título individual hace la guerra por su cuenta, que no existe una propuesta mínimamente clara de lo que se debe y de lo que no se debe hacer. Ayer el delantero andaluz se equivocó, quiso salir de la depresión goleadora en la que se encuentra marcando un gol, cuando lo más acertado hubiera sido dar la pelota a Borja, pero muchos futbolistas son así, no ven más allá en situaciones límite. Puede ser egoísmo, puede ser obsesión por salir de su crisis, puede ser lo que sea, pero es contrario a los intereses del equipo.

Un nuevo empate -y ya van once- tiene una doble lectura. La que no se pierde -la versión más conformista- y la que no se gana -la más preocupante-. La pregunta es por qué un equipo que entrena toda la semana y no tiene más compromisos que los de la Liga sufre tantos desajustes y no es capaz de dar un salto de calidad verdadero, no virtual. Ganar fuera de casa no es empresa fácil para nadie, independientemente de cuál sea el campo al que se visita, pero no es menos cierto que la última vez que se sumaron tres puntos lejos de Palma fue el 24 de noviembre en el Pizjuán. Es cuestión de prioridades, de suerte y tal vez de ambición. El guión de ayer es repetitivo. Lo mejor será comprobar si se aprende la lección o se caerá otra vez en los mismos errores.