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Jorge Lorenzo cumplió ayer 21 años. Y lo hizo ofreciéndose el mejor regalo, una carrera de antología que también quiso dedicar a su equipo y la gente que ha permitido obrar un milagro. La peligrosa y estremecedora caída del viernes le dejó con los tobillos maltrechos, sin poder posar sus pies en el suelo y físicamente bajo mínimos. El sábado demostró que gente como él hace grande al motociclismo y se coló en la segunda línea de la parrilla de salida. El cuarto puesto de los entrenamientos se repitió en carrera, tras una remontada de esas que llevan su sello y en la que dejó en evidencia al resto de fabricantes. Mejor imposible viendo su salida, los primeros compases, y que la lluvia, ese enemigo que cada vez impone menos, había mojado el asfalto de Shanghai. Pero por encima de todo, el instinto de superación física y anímica del piloto se erigieron en protagonistas de un Gran Premio que vio de nuevo cómo Valentino Rossi hacía sonar el himno italiano y recuperó a Stoner para la pugna por el título. MotoGP arde, pues el segundo puesto de Pedrosa le deja líder. Sólo siete puntos le separan del 48, que apenas tiene dos de margen sobre Il Dottore. Más lejos, el campeón aguarda acontecimientos tras cumplir en una pista apta para los Bridgestone (hasta Melandri fue quinto). Ahora, tocará de nuevo pasar por la consulta del doctor Mir. Tiempo de recuperación resta camino de Le Mans, y viendo las prestaciones de Lorenzo con un tobillo roto, otro tocado y el cuerpo magullado, ahora parece que el rival a domar es la propia Yamaha M1, que le atizó varios 'latigazos' a lo largo de un fin de semana que corrobora que Jorge va en serio. Sino, resulta difícil entender que sin poder andar, se suba a su 800, firme una calificación para la épica y se regale un cuarto puesto que sabe a victoria. «Se me apareció la virgen», llegó a decir admirado de sí mismo, de lo que demostró al resto de pilotos y a su equipo, donde se frotan las manos. No en vano, cada carrera queda más claro que Jorge será campeón del mundo.