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Tolo Jaume |MADRID
El 3 de diciembre de 2004 empezó el idilio entre la Davis y Rafael Nadal, cuando ganó a Roddick y dos días después se convirtió en el ganador más joven de la historia de la competición viviendo su puesta de largo como estrella del planeta tenis. Sevilla marcó en gran parte su carrera y por eso fue el día que empezó todo, aunque el éxito en el Estadio Olímpico guardaba pocas similitudes con la jornada de ayer y menos con la imagen que ofreció en el año 2000 cuando España consiguió su primera Ensaladera.

El mallorquín Carlos Moyà fue decisivo junto a Juan Carlos Ferrero en la conquista de la primera Copa Davis de la historia del tenis español en el Palau Sant Jordi de Barcelona frente a Australia en el año 2000. Nadal sólo tenía catorce años y ya arrastraba un palmarés increíble en las categorías inferiores, por lo que la Federación Española de Tenis abogó por premiarlo como abanderado del combinado nacional en el desfile inaugural de la competición. Fue la Davis de Ferrero y Moyà cuando todavía no se podía intuir la dimensión que cobraría aquel chico que cargado de timidez años lideraba la llegada de las estrellas a la pista.

La progresión del campeón del mundo infantil seguía al alza y llegó 2004 precedido por un 2003 en el que el joven manacorí, entre sus éxitos en torneos de categoría Challenger, logró victorias que impulsaron su proyección ante jugadores como Albert Costa en Barcelona o el propio Carlos Moyà en Hamburgo antes de dar su primer aviso en Wimbledon alcanzando la tercera ronda con 17 años. Una lesión sufrida en Estoril tras derrotar al número uno Roger Federer en Miami retrasó su explosión en la temporada 2004, puesto que se perdió tres meses de competición. A pesar de los obstáculos el mallorquín ya asombraba. Debutó en la Copa Davis siendo clave en la eliminatoria a cara de perro ante la República Checa y poco después jugó el doble en el Coliseo Balear ante Holanda. Tenía 18 años en un curso en el que estrenó su palmarés en Sopot antes de tomar parte en los Juegos de Atenas, pero estaba eclipsado por ex número uno mundiales como Moyà o Ferrero. Su progresión marchaba disparada cuando llegó diciembre y la final de la Davis. No había jugado nunca ante 26.000 espectadores con millones de telespectadores asistiendo al bautismo de fuego del actual número uno del mundo ante el que hacía poco había perdido dicha condición.