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De la exhibición al fracaso en apenas noventa minutos de ceremonia; de los olés para encender a la grada, a los silbidos para ilustrar una despedida. El Mallorca se está especializando en condensar todas las luces y sombras posibles en una única tarde de fútbol. Es capaz de ocultar una primera parte espantosa con otra llena de brillo, o viceversa, pero le cuesta muchísimo trazar una línea recta y mostrarse uniforme en el juego. El partido de ayer es el ejemplo más evidente. El conjunto bermellón pasó, en menos de un cuarto de hora, de arrinconar al Athletic con un tajante 3-1 a dejarse dos puntos enormes por el camino. La falta de continuidad volvía a cobrarle un elevadísimo peaje al ejército de Manzano, que desperdició la oportunidad de instalar la tienda de campaña junto a las puertas de Europa.

No había arrancado mal la tarde para los baleares, que a los once minutos ya gobernaban en el marcador gracias al primer gol de Cléber en la liga española. El encuentro estaba boca abajo, sobre todo, teniendo en cuenta el delicado estado de salud del Athletic, que se plantaba en Palma después de conectar cinco derrotas consecutivas. Los vizcaínos, con una moral cogida con alfileres, tenían la obligación de caminar a remolque. La ventaja era palpable hasta que Medina Cantalejo afinó su visor para detectar un riguroso penalti de Iván Ramis que equilibró la batalla. Vuelta a empezar.

La segunda mitad despertó entre bostezos, con el Athletic rebañando sus bazas y el Mallorca esperando el momento justo. Éste no apareció, pero ahí estaba Arango para rociar el partido de optimismo. Sus dos golazos engordaron de nuevo la renta y provocaron un serio amago de ola entre los espectadores, que por momentos corearon con olés a los futbolistas bermellones.