Dos puntos en cinco partidos, quince agujeros en la portería y dudas, una montaña de dudas. Es el equipaje que arrastra ahora mismo el Mallorca en su caminata por la Liga. El mes de noviembre ha secado al ejército de Manzano y ha acotado entre alarmas todas sus perspectivas. Por lo menos, las más optimistas. El retroceso es tan evidente, que el calor del descenso empieza a sentirse en el vestuario. Archivado ya el primer tercio de la competición, los baleares ya tienen el barranco a sólo dos puntos. O lo que es lo mismo, a menos de un partido. Teniendo en cuenta que todavía faltan por ascender las rampas más duras del calendario y que diciembre es un mes fatídico para el equipo, el paisaje es deprimente. Desolador.
El nacimiento del ejercicio no había deparado grandes titulares para el Mallorca, que en cualquier caso había regateado con formalidad las trampas que oculta el torneo de la regularidad. De hecho, la última función de octubre sirvió para que el grupo se sacudiera la caspa mientras le lanzaba un caramelo a la grada. Arruinó la visita del Espanyol con una victoria curativa (3-0), relajó de nuevo los músculos y se sentó a esperar el próximo desplazamiento, que le llevó a la ribera del Manzanares. Ahí empezó la pesadilla. El Atlético le cerró la puerta con violencia y todavía no ha podido abrirla. Ni siquiera en su centro de operaciones, donde solía rehabilitarse en tiempos de crisis. Primero arrojó a la basura una suculenta ventaja de dos goles ante el Athletic (3-3) y se enredó dos semanas después en las entrañas del Málaga (2-2), que vengó en una parte la afrenta de la Copa. Entre una cosa y otra, fue zarandeado cruelmente en los Juegos del Mediterráneo (2-1).
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