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Vicenç Grande ya ha abierto la puerta de salida. Tras varios meses de caída libre que han acentuado el proceso de descomposición, el presidente y máximo accionista del Mallorca ha tocado fondo. Y lo ha hecho en su casa, sentado en la misma butaca en la que hasta hace muy poco se concentraban casi todos sus sueños. La afición, hastiada de contemplar uno de los capítulos más negros de la vida del club, ha dicho basta. El último empujón, el definitivo, lo aplicó anoche con violencia el Recreativo, aunque eso, a estas alturas, tampoco importa demasiado. Era cuestión de tiempo. Acorralado por la mayor bronca que se ha escenificado hasta ahora entre los muros del ONO Estadi, el empresario ha empezado a preparar su marcha, que podría hacerse efectiva en las próximas horas. No hay otra salida. Sin embargo, la herida es tan grande que probablemente hará falta recurrir a la cirugía para desinfectarla. De hecho, su dimisión abriría un montón de incógnitas que parecen imposibles de despejar.

Grande no puede más. Si aquella famosa pitada del 14 de agosto (Trofeu Ciutat de Palma) arañó su autoestima, los gritos de ayer le han dejado totalmente al descubierto. Y así se lo hizo saber al consejo de administración de la SAD, al que reunió de urgencia tras concluir el partido. En un encuentro de casi noventa minutos junto a su círculo de colaboradores, el presidente reconoció que está ante el principio del fin y que su estancia sobre el puente de mando caducará de inmediato. Los consejeros le invitaron a meditar sus movimientos, sobre todo, para que no cayera en el error de tomar una decisión tan relevante en caliente, con las pulsaciones por las nubes. Él recogió el guante y aseguró que no se precipitaría, aunque ya ha empezado a estudiar el protocolo a seguir en este tipo de casos. Y el suyo resulta especialmente complicado.