Si la derrota también guarda en su interior algunos gramos de dignidad, el Mallorca alcanzó cierta plenitud en el Camp Nou. Salió escaldado el grupo de Manzano y sin nada tangible en el interior de su mochila, pero si hay partidos que refuerzan un discurso, la escuadra balear puede sentirse relativamente satisfecha. Quizás resulte paradójico, pero para un grupo que todavía no ha perfilado sus señas de identidad y que suma jornadas sobre el alambre, estas funciones refuerzan algunas cosas.
Por encima de cuestiones estéticas, el Mallorca parece haber elegido al fin un camino y está más o menos claro que no tiene intención de desviarse. Manzano quiere reanimar a su equipo -y convertirlo en productivo, claro- desde la defensa y en Barcelona dejó claro que sabe como interpretar esta partitura. En un duelo estrecho, los detalles decidieron y dictaron sentencia, pero la indefinición en la que se ha manejado el Mallorca durante un buen tramo del torneo parece formar parte del pasado. La 'nueva' propuesta gustará o generará rechazo, pero por lo menos está ahí.
Futbolísticamente equidistantes y separados por una cantidad ingente de puntos, Barcelona y Mallorca suscribieron un partido mucho más equilibrado de lo que advertía el envoltorio.
Una obra de arte de Aritz Aduriz -en carrera se quitó de encima a Víctor Sánchez y Yaya Touré, encaró a Valdés y burló su salida con una delicada vaselina- alteró sustancialmente las coordenadas del primer acto y confirmó que el Mallorca estaba ejecutando casi a la perfección el plan de Manzano. Sólido de media cintura para abajo, la presión de la escuadra balear en la sala de máquinas incomodaba sobremanera al Barça, huérfano de profundidad por las alas y poco productivo administrando el balón.
De hecho, el cortocircuito que generó Aduriz fue producto del espíritu colectivo que sostuvo al Mallorca en la guarida del líder. Presionó, recuperó el esférico y su principal -y única- referencia en ataque fabricó un gol estupendo. El tanto soliviantó el ánimo del Mallorca, pero también inquietó las constantes de su adversario, que fue ganando metros a velocidad endiablada.
Hasta ese momento y al margen de un remate de Samuel Etoo, la película del Barça en ataque había sido muda. El trabajo de Pep Lluís Martí sobre Xavi Hernández había tenido mucho que ver, aunque vivir atrincherado también entraña muchos riesgos. Enrabietado, el cuadro azulgrana empujó al Mallorca algo más atrás. Las dudas cambiaron de bando y a balón parado el marcador recuperó el equilibrio. Gudjohnsen, con un disparo que impactó en el travesaño, lanzó el primer aviso, aunque el premio llegó tras un saque de esquina. Entre una maraña de cabezas, Puyol peinó el balón, que acabó en los pies de Henry. En la más absoluta intimidad, el rehabilitado ariete galo, controló la pelota y la colocó lejos del alcance de Germán Lux (1-1).
Consciente de que podía morir asfixiado, el Mallorca mantuvo su orden en el segundo tiempo, pero avanzó unos pasos y se esforzó por retener el balón. Su propuesta restableció el equilibrio en casi todas las facetas del juego. Errático, el Barça volvía a sentirse incómodo e inclusó disfrutó de amnistía arbitral. Márquez debía haber sido expulsado tras una dura entrada sobre Arango.
Consciente del atasco, Guardiola movió pieza y tiró de Iniesta y Alves. Con más argumentos para profundizar, el partido acabó virando casi de rebote y después de una extraña jugada (minuto 75) que concluyó con un pase franco de Gudjohnsen (que posiblemente estaba en fuera de juego) para Iniesta, que remató a placer (2-1). El cuarto de hora restante fue anecdótico. Aunque con dignidad, el Mallorca había fallecido.
El duelo se decidió por pequeños detalles. El equipo de Manzano se mostró durante casi todo el partido como un equipo compacto y ordenado en el feudo del líder, y fue un extraño rebote, que acabó con el balón en poder de Gudjohsen -después asistió a Iniesta- el que inclinó la balanza. La posición del islandés era de fuera de juego.
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