Los jugadores del Barça festejan su clasificación para la final de Copa ante el mallorquinista Keita cabizbajo. Foto: MONTSE T. DÍEZ

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La Copa, el Barcelona y los penaltis siempre tendrán un espacio entre las páginas más negras del mallorquinismo. El terrorífico relato empezó a escribirse hace once años en Mestalla y cuando el guión parecía agotado, se reanudó con una secuela siniestra. Y como en aquella ocasión, el Mallorca se detuvo a once metros del paraíso. Los bermellones, mucho más convencidos que el cuadro azulgrana, representaron a la perfección su papel y llegaron a tocar el milagro, pero un lanzamiento deficitario de Martí y la buena estrella de Pinto apagaron la llama. El sueño tendrá que seguir esperando (1-1)

Antes de que se redactara el desenlace, Manzano y Guardiola habían alimentado el suspense con sus propuestas. Si el jienense prescindía de Jurado, el catalán sentaba en el banco a Xavi, Messi o Márquez y mandaba a la grada a Etoo, Henry y Víctor Valdés. Daba la sensación de que el resultado de la ida (2-0) pesaba demasiado y que tanto uno como otro preferían mantener la vista en la Liga. Eso no impidió que el Barça abriera la cita con una acción que pudo abortar la ilusión de forma repentina. Iniesta, que reaparecía tras varias semanas de baja, intentó marcar el terreno con una acción deliciosa que murió en los guantes de Lux y que parecía todo un tratado de intenciones. Pero sólo fue un espejismo. Los azulgrana, que según su técnico habían venido a Son Moix a ganar el partido, se limitaron a blindar la eliminatoria desde el principio.

Lo cierto es que los dos equipos se encontraron con demasiados problemas a la hora de trenzar el juego. El estado del campo dificultaba todas las acciones y el Mallorca, poco a poco, acabó sacando tajada. El Barcelona, por su parte, demostró que todos los miedos que se le atribuyen a raíz de los últimos resultados están justificados. Timoratos y sin ideas, los de Guardiola emplearon el primer tiempo para destruir los argumentos locales y ganarle segundos al cronómetro. De hecho, Pinto ya había sido amonestado por perder tiempo a los 35 minutos de juego, un detalle que prueba la ansiedad con la que se habían sumergido en el combate.

Pese a la superioridad moral de los baleares, seguía faltando algo. El Mallorca era incapaz de generar peligro en los alrededores del área culé y el fuego se iba apagando. Todo quedaba aplazado hasta el segundo tiempo, pero apareció Castro. El Chori, muy activo en todo momento, capturó el balón en la frontal y se sacó del bolsillo un zurdazo tremendo que se clavó como un puñal en la red visitante. Son Moix estallaba y el milagro empezaba a dibujarse en el momento justo (min.45).

La vuelta al campo acentuó las diferencias entre ambos conjuntos. Guardiola, especialmente inquieto, mandaba a calentar a sus jugadores más desequilibrantes mientras el Mallorca se afilaba las uñas. Webó prendió fuego a la grada con un tanto bien anulado por Rubinos y el Barça cayó en barrena. Tal era su estado de nerviosismo, que un par de acciones después estuvo a punto de suicidarse. Los isleños entraron con todo en el área catalana y Cáceres tuvo que arrollar a Castro para evitar que la eliminatoria se igualara. Rubinos marcó sin dudarlo el punto de penalti y envió al defensa barcelonista a la ducha para que volviera a encender la mecha del ONO Estadi. Ahí se escondía la gloria. El Mallorca, como en aquella histórica final de 1998, estaba a un lanzamiento del cielo. Pep Lluís Martí, después de pelear el disparo con Keita, asumió la responsabilidad de ejecutar a Pinto, que había empezado a ganarle el duelo a base de provocaciones. Al final, al mallorquín se le nubló la vista y cerró el debate con un lanzamiento blando y exento de fe. Son Moix enmudecía. Y aunque quedaban cuarenta minutos por delante, ya no había nada que hacer. Todo se había ido al traste.

Los isleños no supieron encajar el golpe y se dejaron llevar por la corriente. Por si fuera poco, Pep Guardiola amarró el pase a la gran final apostando por Messi y el genial delantero argentino apagó la luz después de aprovechar un gazapo de David Navarro para sellar un gol de crack. Se acabó lo que se daba.

El portero culé cogió el relevo de Ruud Hesp y protagonizará desde ahora las pesadillas de la afición balear. Los bermellones, que habían arrinconado al Barça gracias al gol de Castro en el último minuto del primer tiempo, podían haber igualado la eliminatoria si Martí hubiera transformado el penalti que detuvo el gaditano.