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El Mallorca respira a pleno pulmón. El equipo que dirige Gregorio Manzano firmó ayer en El Madrigal una de esas funciones que acaban dejando huella. Los bermellones, que en un par de semanas han puesto al día todas sus obligaciones, sobrevivieron a su careo con el Villarreal, pero también a las circunstancias más adversas del fútbol. Propulsados por un gol cargado de significado, los baleares se levantaron a tiempo de la lona y, además de meter un punto en el equipaje de vuelta, se inyectaron una dosis de autoestima que le ayuda a mirar al frente con cierto optimismo (1-1).

El partido nació como la tarde, extraño y cargado de plomo. El Villarreal, avalado por su condición de local y por las primeras necesidades del curso, intentó coger el volante, pero lo hizo sin demasiada convicción. En parte, porque se encontró a un rival muy bien cimentado que asfixió todos sus intentos por salir adelante. El nuevo dibujo impuesto por Manzano, con dos líneas de cuatro muy sólidas y Borja dirigiendo el suministro hacia Aduriz, permitió a los isleños resistir en pie al ímpetu inicial de los amarillos, hasta que los de Valverde empezaron a atascarse. Tanto, que tuvieron que ser los baleares los que abrieran el fuego. Tuni, que se encontró con la pelota en los pies y ningún apoyo a su alrededor, probó fortuna en solitario y dibujó una jugada extraordinaria que dejó en silencio al estadio. Lamentablemente, el solleric (el mejor del primer tiempo) llegó sin batería al área y su disparo, blando y excesivamente forzado, acabó muriendo en las manos de Diego López.

La respuesta del Villarreal no se demoró demasiado. Rossi estuvo a punto de convertir un oro una falta frente al marco de Aouate, aunque su misil, envuelto en fuego, lo repelió el palo derecho. Justo a continuación, Aduriz amplió las hostilidades con un lanzamiento muy alto que cerró la fase más esquizofrénica del partido (minuto 9).

A partir de ahí, al Mallorca le costó mucho abrirse camino y el Villarreal empezó a buscar alternativas. Aouate salió victorioso de un mano a mano con Llorente y Godín rozó el gol en un enmarañado saque de esquina. Los castellonenses, que ya habían conseguido cerrar todas las compuertas, siguieron apilando ocasiones. Las combinaciones entre Rossi y Llorente, a las que se sumaba Ibagaza a balón parado, pusieron a prueba los nervios del conjunto de Manzano que, pese a todo, lograba protegerse con dignidad.

Sin embargo, el partido reventó en cuanto se consumió la primera media hora de juego. El cielo de El Madrigal, que llevaba toda la jornada lanzado advertencias, comenzó a descargar su furia sobre el tapete y convirtió el combate en una pelea callejera. Ahí acabó todo, porque en la segunda parte el encuentro iba a transformarse en una batalla contra los elementos.

Los dos equipos, que se habían ido al vestuario en medio del diluvio universal, descubrieron a su regreso un campo de minas. Con el césped encharcado en todas las parcelas, los jugadores se vieron obligados a olvidarse del fútbol para centrarse en la supervivencia. No había manera de conectar dos pases seguidos o de que el balón avanzara más de un metro por encima del agua. Todo un infierno futbolístico que le arrancó al duelo el poco esmalte que aún tenía.

En esas condiciones tan extremas, fue el Villarreal el que empezó marcando la pauta. Yarda a yarda, los castellonenses merodeaban cada vez con más frecuencia la puerta rojilla y el guión se sostenía con un hilo. En una de sus aproximaciones por fascículos, Rossi descorchó el marcador. Aoaute había ahuyentado a duras penas una oportunidad de Llorente, pero el balón se quedó clavado unos pasos por delante y el italiano no perdonó. Tal y como estaba el encuentro, todo parecía resuelto (min. 53).

El Mallorca, que ya no tenía nada más que perder, se echó la manta a la cabeza y se fue a por el empate de la única manera que podía hacerlo: mediante arreones y balones largos. Manzano oxigenó al once con las entradas de Keita y Castro y, casi a la vez, al Villarreal se le apagaban las luces. En ese mismo punto, los baleares rascaron una falta y Borja ajustó cuentas. El madrileño, que se reestrenaba vestido de rojo, se sacó del bolsillo un disparo que se coló entre las piernas de Nunes y Keita y que destrozó a Diego López. Un golazo de aspecto milenario (min.74).

El empate dejó definitivamente a oscuras al Villarreal y el Mallorca, en el que se estrenó Bruno China, llegó a acariciar un triunfo que casi acabó mereciendo.