Definitivamente, el Mallorca está de fiesta. Es verdad que su juego todavía no cautiva o que la primera parte del camino es cuesta abajo. Incluso que todas las circunstancias están de su lado. Sin embargo, los números cantan y el equipo vuela. El ejército balear, que sólo ha necesitado tres capítulos de la Liga para sumar el cincuenta por ciento de los puntos que atrapó el año pasado en toda la primera vuelta, se está dando un paseo por la nubes. Parapetado tras una fortaleza defensiva asombrosa y proyectado por esa eficacia ofensiva de la que sólo alardean los grandes, los de Manzano se dieron ayer el primer gran homenaje de la era Martí Mingarro y despedazaron a un Tenerife con muy buenas intenciones y ningún argumento. El resultado: una función trufada de goles y un inicio de fábula. Ver para creer (4-0).
Conoce muy bien el Mallorca sus recursos y sus restricciones y parece dispuesto a estrujarlos al límite. A nivel colectivo, el grupo todavía no ha secado algunos de los charcos que obstruyen por momentos su juego, pero en el plano individual está todo mucho más claro. Todo el mundo ha comprendido su rol y eso, a la larga, juega en beneficio del equipo. Para empezar, nadie duda del liderazgo de Borja. El madrileño sabe que representa un papel capital sobre el campo y, además de asumir la responsabilidad, ofrece todo tipo de soluciones. Si a eso se le suma la confianza que ha ido adquiriendo Tuni o la solidaridad de Aduriz, todo resulta más fácil. En el caso del solleric, empieza a sentirse importante en un vestuario al que volvió de puntillas. El vasco, por su parte, representa uno de los pocos lujos que aún puede permitirse el Mallorca. Además, parece que hay vida en el banquillo y Julio Àlvarez, sin ir más lejos, ya ha adelantado a Varela en su primera intervención vestido de rojo y negro.
Pese a todo, le costó al conjunto rojillo abrirse camino entre la maleza tinerfeña. Los de Oltra, que salieron desbocados y dispuestos a gestionar los plazos del partido, sufrieron un accidente en la primera llegada seria de los locales y tras chocar contra el suelo fueron incapaces de levantarse. Aragoneses se equivocó a la salida de un córner y el balón le cayó en los pies a Mario, que tuvo todo el tiempo del mundo para acomodarse y clavar el primer dardo (minuto 16).
El gol dejó sin efecto el trabajo inicial de los canarios, que a esas alturas ofrecían serias muestras de flaqueza. Román se movía sin sentido en la zona ancha, Nino vivía aislado entre los centrales y sólo Kome ofrecía algo distinto. Aún así, dibujó un par de llegadas interesantes en las que Aouate presumió de solvencia.
El Mallorca, que había bajado los brazos antes del descanso, también sufrió algo al inicio del segundo tiempo. Justo hasta que Borja se asoció con Ayoze para asistir a Aduriz y despachar el encuentro con una acción de manual. El donostiarra, con un escorzo perfecto, bajó la persiana y metió los tres puntos en la caja (minuto 51).
A partir de ahí, el partido se transformó en una juerga para los de casa. El Tenerife andaba descabezado y el Mallorca tenía por delante todos los espacios posibles. La grada seguía divirtiéndose con la resaca del segundo tanto y Borja volvió a aparecer de la nada para servirle un centro de fabricación casera a Julio Àlvarez. El futbolista de origen venezolano definió sin despeinarse y puso Son Moix patas arriba (minuto 58). Tema zanjado.
Con el partido muerto, el Tenerife acumuló dos expulsiones, Manzano le dio minutos a Pezzolano y ayudó a que Webó rehabilitara su confianza con un gol de penalti. Esto acaba de empezar, pero lo ha hecho de la mejor manera posible.
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