La afición del Bernabéu ha perdido la paciencia con Pellegrini. Sonrojada ante la caída, el empuje con el que apoyó de inicio a sus jugadores acabó en indignación contra el técnico chileno. Los seguidores madridistas pidieron, con pañolada, su dimisión.
El espíritu histórico de las remontadas en el Bernabéu se rebajó a su máxima esencia. Pellegrini se encomendó a Kaká, pero se olvidó de colocar a su alrededor jugadores que diesen dosis de fe a un encuentro heroico. Erró con el once titular. Dejó a Diarra y Gago para construir fútbol. Ninguno de los dos está a la altura en el presente ante un Segunda B. Sin confianza, no dieron la velocidad necesaria al juego que demandaban la presencia de tres puntas. Son jugadores que quedan señalados.
Pero nada quita méritos a la exhibición del Alcorcón. Fiel a un sistema y alejado del miedo escénico. No se amilanaron ni con la salida en tromba madridista. En un abrir y cerrar de ojos el empuje de la grada se transformó en silbidos. Las llegadas al área fueron continuas. No los remates ante la fuerza aérea de Iñigo López y Borja Gómez, inconmensurables. Mientras Sergio Mora daba lecciones de criterio a Gago, el Alcorcón 'osaba' a hacerse con el mando por momentos.
La entrada en escena de Van der Vaart cambió la cara a su equipo. Tras la reanudación las llegadas al área rival acabaron en disparos y el Alcorcón fue retrocediendo metros según acusaba el esfuerzo. El segundo acto fue un monólogo blanco. Sin fútbol se despidió por la puerta de atrás de una competición que comienza a convertirse en maldita. Higuaín lo intentaba con tres disparos, uno de ellos de nuevo al larguero. Kaká remataba todo lo que tocaba.
Ni el gol de Van der Vaart, con un derechazo ajustado desde la frontal, movió de su asiento a Pellegrini. Se marchó el Alcorcón con la mayor alegría de su vida del Bernabéu.
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