Da la impresión que lleva toda la vida a los mandos de la institución. Que jamás se marchó. Pero, con el calendario en la mano, Mateu Alemany Font cumplió ayer un año al frente del Real Mallorca SAD, doce meses de pasión, interrumpidos durante casi 100 días por el ciclón de la familia Martí Mingarro, que le han servido para reflotar deportivamente al primer equipo -es tercero en una clasificación parcial desde el pasado 15 de enero de 2009 tras Real Madrid y Barça-, pero no para encontrar la salida del laberinto institucional. Y es que el Mallorca se ha convertido en un club bipolar, una entidad que se llena de luz los días de partido, pero que a diario debe convivir con la oscuridad económica. Con el concurso de acreedores oteando el horizonte, Alemany ha recorrido una dura travesía de un año entre claros y oscuros que nació un jueves 15 de enero en la calle Unió.
Tres años y medio después, el andritxol acudió al rescate de una institución en cuidados intensivos. Después de frustrarse su vuelta el mes anterior por la cabezonería de Vicenç Grande -quiso imponer a Joan Antoni Ramonell y fue relevado por Joaquín García- el 15 de enero de 2009 hubo fumata blanca. A petición de los administradores concursales que tutelan el concurso de acreedores del Grupo Drac, Alemany toma las riendas y firma una opción de compra de 1'5 millones de euros que ejecutará meses después. El abogado asume plenos poderes como presidente -puso como condición imprescindible el final de la era Grande- para estabilizar la situación económica, institucional y social de una SAD balear al borde del colapso económico y con un primer equipo en la penúltima posición de la Liga.
«Mi regreso responde a aspectos emocionales porque nunca me había planteado volver, pero es evidente que la situación objetiva del club es muy preocupante y ha provocado una gran alarma social», apuntó Alemany su primer día. Y se puso manos a la obra de inmediato. Aplicando el sentido común, su primer objetivo fue recuperar el crédito perdido y el rechazo social e institucional que provocaba el Mallorca. Para ello, recupera a la vieja guardia, crea un consejo asesor y se reúne con las instituciones. Además, sella un acuerdo con Hacienda para aplazar la deuda y con los jugadores para que aplacen el cobro de sus fichas en diez pagos.
El efecto Alemany resulta inmediato. En apenas unas semanas, sus maniobras se traducen en la resurrección del equipo a nivel deportivo -pasa de la última plaza a la novena tras ser el segundo mejor equipo de la segunda vuelta con 37 puntos- y en la nueva dosis de credibilidad que recupera la entidad a nivel social, económico e institucional.
Con la salvación en el zurrón, el futuro de la entidad vuelve a recuperar todo el protagonismo. Alemany compra el club el 30 de junio, convirtiéndose a la vez en presidente y máximo accionista de la entidad, y declara que quiere una «venta responsable». Entonces, comienza la subasta. El primero en asomarse a la puja es Llorenç Serra Ferrer. El técnico lidera un grupo de empresarios que pujan por la SAD. La operación finaliza el 8 de julio sin éxito y con un cruce de reproches.
El siguiente aspirante es Carlos González, un empresario tinerfeño afincado en Madrid, con el que Alemany firma una opción de compra valorada en 5 millones de euros. Es el 17 de julio. Sin embargo, diez días más tarde, todo se rompe. Alemany no se presenta a su cita con González en la notaría de Àlvaro Delgado y se niega a vender el club por su falta de confianza con el empresario tinerfeño. El abogado mallorquín se marca el objetivo de seguir en el club y de empezar a planificar la temporada. Pero la falta de fichajes y de movimientos es sospechosa.
De sorpresa, el 7 de agosto se anuncia la venta del club a la familia Martí Mingarro por un previo de 4'5 millones de euros. Tras una época convulsa de 3 meses, Alemany recupera el poder el pasado 10 de noviembre con el mismo objetivo que hace un año, encontrar al comprador ideal, pero con la soga económica al cuello.
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