Gregorio Manzano, que había aterrizado el viernes en Palma con la sonrisa dibujada en el rostro, mostró su aspecto más serio al comprobar cómo le recibía su antigua afición en Son Moix. | J. Lladó

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«Tu único banquillo, el de acusados». Ése fue la bienvenida con la que se encontró Gregorio Manzano al adentrarse en el Camí dels Reis y recorrer un trayecto que conoce perfectamente, pero que no completaba desde el pasado 16 de mayo. En aquella ocasión, sin embargo, el jienense iba a bordo del autocar del Mallorca y esa misma afición que ayer le esperaba a las puertas del estadio para ajustar cuentas andaba emocionada con la idea de clasificarse para la Liga de Campeones. Diez meses, varias querellas y un agrio cruce de declaraciones después, el técnico jienense volvió al hogar bermellón convertido en el enemigo. Entre otras cosas, porque aunque sus números como rojillo siempre tendrán un reconocimiento particular, sus formas, sus acusaciones y su desprecio al club le acabaron dejando en evidencia. Y la hinchada isleña, por muy fría y «futbolísticamente negativa» que sea, tampoco pasa página con tanta facilidad.

Pese al discurso redactado durante la semana por algunos futbolistas y el propio Laudrup, no era un partido más. Al menos para el mallorquinismo militante, que tenía ganas de recordarle al que fue su entrenador que no le había gustado nada su salida de la entidad. Ni su escasa apuesta por la cantera. Ni sus continuas salidas de tono. Ni sus declaraciones a los medios nacionales en las que les acusaba de preferir la paella a presenciar desde la gradas los partidos de su equipo. Por eso, decidió arremangarse la hinchada local, que roció el encuentro con un aroma especial para convertir las gradas en una fiesta reivindicativa de principio a fin.

Con el estadio aún en la intimidad y el público disfrutando en los exteriores de una paella en su honor, Manzano fue uno de los primeros de la expedición sevillista en salir a comprobar el estado del césped y reencontrarse con algunos de sus ex jugadores. Ya ahí se topó con los primeros reproches, que se amplificaban entre los muros de las gradas desiertas. En cualquier caso, lo peor para el de Bailén estaba por llegar. El minuto de silencio previo al partido le sorprendió en el túnel de vestuarios y su salida al campo provocó que se disparasen los decibelios del Iberostar Estadi para protagonizar una pita única. Tampoco quedó ahí la cosa. Los cánticos contra el jienense («Manzano, jódete» o «Manzano c... fuera de Son Moix») se repitieron después durante todo el enfrentamiento. Porque por muchos defectos que pueda tener, el mallorquinismo no olvida.