La escuadra balear volvía a la oficina solo tres semanas después de liquidar el ejercicio anterior, despachado durante un mes frenético con un descenso y un traumático cambio de ciclo en el banquillo. Lo hacía con un día de retraso por la aparición de un positivo en COVID-19 en los test realizados el pasado lunes a todo el personal del club, bajo severas medidas higiénicas y siguiendo el estricto protocolo que marca LaLiga, endurecido ahora por el incesante goteo de infectados que han ido apareciendo en la mayoría de clubes a la vuelta de las vacaciones. Un hecho que provocaba las primeras restricciones en la puesta de largo de García Plaza, ya que el equipo está obligado a entrenar dividido en dos turnos de dos grupos de cada uno, de manera individual, sin contacto y sin utilizar los vestuarios de la ciudad deportiva Antonio Asensio.
Durante las próximas semanas el nuevo entrenador bermellón gestionará una plantilla compuesta por una treintena de futbolistas en la que, como suele ser habitual en cada inicio de pretemporada, sobran muchas piezas y faltan por encajar otras.
En la breve transición de un curso a otro, el Mallorca no solo ha perdido al técnico que lo llevó de Segunda B a Primera en dos años, sino que se ha desprendido también de Xisco Campos, Lumor, Marc Pedraza (este miércoles se confirmó su fichaje por el Andorra), Kubo, Pozo y el Cucho Hernández. A cambio, recupera a Franco Russo, Sergio Buenacasa, Antonio Sánchez, Stoichkov, Pablo Valcarce, Zlatanovic, Pierre Cornud y Sergio Moyita y Álex Alegría, además de los lesionados Enzo Lombardo y Álex López, y a Iñigo Ruiz de Galarreta, que jugó a préstamo en Las Palmas sin haberse estrenado antes como rojinegro.
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