Sabemos, gracias al Observatorio de la Productividad y Competitividad de España, que en lo que llevamos de siglo esta variable ha caído de forma clara, cuando en otros países de nuestro entorno se ha incrementado, o, en el peor de los casos, se ha mantenido. Y eso que la economía del conjunto de la Eurozona, durante los últimos lustros, se ha caracterizado por un escaso crecimiento ligado a una evidente falta de dinamismo, con una población crecientemente envejecida que no tiene inconveniente en que sus dirigentes recurran, una y otra vez, a la deuda para mantener el nivel de vida.
En el caso más concreto de la productividad de Baleares, la Fundación Impulsa, informa de leve mejoría en productividad relativa, a pesar de continuar ocupando posiciones en el furgón de cola. De esta forma, tanto en el conjunto nacional como en el propio de nuestra comunidad podemos considerar que el crecimiento económico tiene su origen en el aumento de los factores productivos, y no en el mejor aprovechamiento de los mismos.
A modo de ejemplo clarificador podemos fijarnos como la productividad de un barbero de tiempos del gran Rossini es prácticamente la misma que la de uno actual. Un corte de pelo cada 20 o 30 minutos. Así, si en el archipiélago contáramos con los mismos peluqueros del año del estreno del Barbero de Sevilla (1816), el PIB no hubiese aumentado. Pero como hay más profesionales de este noble oficio, con más navajas y tijeras, el crecimiento se ha producido.
Es cierto, que Fígaro no gozaba de los bienes y servicios de los que disfruta cualquier peluquero actual, sin embargo, esto ha sido posible, no por su mayor productividad, sino porque en la mayoría de los otros sectores sí ha mejorado dicha variable. Parece que esto es lo que nos está pasando aquí desde hace un tiempo.
Entonces ¿Por qué no aprovechamos mejor nuestros recursos? Pues porque no sabemos utilizar mejor ni nuestro capital, ni nuestro trabajo. Y, en mi opinión, buena parte de la responsabilidad de esto recae en nuestro Parlament, cuya abundantísima producción legislativa ha dificultado, mayoritariamente (hay excepciones), tanto la innovación como la reasignación eficiente de recursos productivos.
Por supuesto, la falta de inversiones públicas productivas, así como la legislación española en temas tan básicos como los relacionados con el empleo o el alquiler de viviendas son también corresponsables. De igual manera el cuasi-monopolio del sistema educativo muestra unos resultados que nadie ignora, cercenando las posibilidades del capital humano.
Desgraciadamente, la economía internacional puede ser vista como una carrera en la cual sí un determinado corredor no avanza a la misma velocidad que el resto, poco a poco, se va quedando atrás. Esto es lo que nos está pasando y su expresión más dolorosa es el diferencial de nuestros salarios. Una de cuyas consecuencias es que sean otros los que compren muchos de inmuebles insulares bien situados, relegando a los residentes a segundas o terceras líneas.
En mi opinión, la gruesa capa burocrática, motivada por la elevada producción legislativa, está en el origen de la cuestión. Pues una de las principales funciones el actual «régimen del expediente» es preservar un statu quo que elimina, o dificulta gravemente, tanto el proceso de expansión empresarial, como el de su renovación. Teniendo, además, un elevado coste que también lastra la competitividad general.
Para muchos, el descenso en las posiciones del PIB per cápita es sólo el resultado de los vientos que soplan, sin embargo, tiene consecuencias y, sobre todo, tiene motivaciones que vale la pena analizar.l