Las circunstancias por las que decidí encaminar mi vida al aprendizaje de dibujar las cosas y las ideas, a la belleza y al arte, fueron en mi caso entre fortuitas y predecibles. Nací en Pollença, un pueblo que lleva años dignificando la cultura. Mi profesor de dibujo, Mateo Llobera, hizo ver a mis padres que sabía mirar y que tenía mano con el dibujo. Simeón Cerdà, hijo del pintor Lorenzo Cerdà, me regaló, al contemplar algunos de mis dibujos, copias de pinturas de su padre, mis primeras acuarelas, y me abrió las puertas de la escuela de Artes y Oficios de Palma, donde tuve de profesor de escultura a Jaume Mir. Al terminar mis estudios en Palma, ingresé en la Facultad de Arte de Barcelona y, con 18 años, en el Club Pollença hice mi primera exposición, que me posibilitó una cierta libertad económica. Encontrar de muy joven la vocación me ayudó a no derrochar tiempo y esfuerzos.
Fui, además, un niño que aprendió a jugar y nadar en un pueblo mediterráneo. En un mar donde las olas arrastran historias de pasados llenos de cultura, arte y filosofía. Historias de pueblos que comercian y guerrean, que se atraen, se temen y se mezclan. Un mar lleno de dioses con debilidades humanas y pueblos con fronteras tan volátiles como las tempestades marinas.
Mi juventud fueron playas llenas de jóvenes de otros países, con otras músicas y hermosas ninfas relajándose al sol. Mientras mezclaba deseos con anhelos de mundos nuevos, mis musas y yo vigilábamos estos cuerpos, sus extrañas rojeces y su libertad: y soñé el amor en otras lenguas, su sensualidad enriquecía mi trabajo y turbó las noches de mi verano. Después vinieron otras ciudades y estudios, trabajo, familia, amigos, amores... Y sin haberme ido nunca ─porque uno es futuro y pasado─, regresé. Un regreso necesario por amor a mi madre tras la muerte de mi padre.
El presente fue un pueblo conocido pero ya diferente: un mundo más mío, más diverso, más complejo y muy visible. Siendo abarcable, Pollença proyecta un horizonte infinito. Algo tendrán que ver los anhelos de los antiguos pintores y sus esfuerzos por atrapar la belleza de su costa, la luz y los azules del cielo, con las palabras de poetas que buscaron nombrar el infinito, pues éste es un pueblo prólijo en poesía, arte y su compromiso social, que es sembrar, alumbrar, ennoblecer y dignificar las relaciones humanas.
Comunicar y ser comprensible en la verdad cercana, en las formas y el contenido ético, creo, son valores clásicos de un pasado que regresa. Intentar no poner límites a mi curiosidad y tratar de comprender un presente que mira de reojo las historias de un pasado como metáforas de un mundo cambiante, me hizo salir de mis rutinas temáticas y centró mis esfuerzos creativos en este mar entre tierras y nombre de mujer: Mediterránea, sus islas y gentes, sus diosas y héroes. Sus leyes, filosofía y arte fueron temática de mis cuadros, esculturas, exposiciones y libros y es la trilogía que nombra el sexo, la sociedad y la cultura como yo la he sentido.
Son libros que unen la investigación con las imágenes, obviando su poder comunicativo con largos tirajes. Los complementé con exposiciones en Can Llobera de Pollença, el Museu d’Art Modern i Contemporani Es Baluard de Palma y el teatro de La Defensora de Sóller, al tiempo que inicié mis muestras de esculturas en los rompeolas de las costas de Cala Rajada, Can Picafort y Sóller.
Mallorca erótica, el primer libro, es un compendio de glosses, antiguas canciones picantes del campo mallorquín y cantos de fiesta al galanteo, al amor y al deseo de cuerpos que se buscan. Perdí el miedo a ser descriptivo y, plásticamente, me facilitó reordenar conceptos formales relacionados con la figuración. Sin desear ser abarcable, fui comprensible.
El vino que bebo sabe a mar, el segundo, es una historia social de las islas a través del impacto económico del cultivo de la vid y la elaboración del vino. Son paisajes de tierra y hoja verde, de Baco y su tropa de ménades y sátiros. Historias de humanos diluyendo las barreras que les emparejan a los dioses con sus diablos. Es un libro que nace de la mutua dependencia: el arte, fuente de conocimiento; el vino, estímulo y fuente de inspiración.
Latir de remos golpeando el mar es cielo azul y mar abierto. Trata de identidad y cultura, es el viaje a las fuentes, a los puertos desde los que navegan naves y conocimiento. Es apuntalar los valores comunes, restar valor a las pequeñeces y un elogio a la mixtura como factor de respeto al ser humano.
Cada paso crea nuevos interrogantes y en el estudio, con mi trabajo, es donde busco preguntas: Razones humanas es mi nuevo proyecto y la respuesta a la crisis más peligrosa que, creo, vive el ser humano: el olvido de las humanidades. Pretende recordar cómo el alma descarga sus pasiones sobre falsos valores cuando el hombre pierde su dignidad; reabrir las verdades basadas en la razón, la ciencia y el derecho; perder el miedo a este mundo en desorden; e impedir que las gentes con sentido común sean esclavas de quienes carecen de él.
Calvari: Los peldaños de las fatigas y grandezas del corazón son las dudas, sufrimientos, dificultades y esfuerzos para ascender a horizontes más limpios. Es un canto a la generosidad, responsabilidad y conocimiento, amistad y acogida. Es verdad y es vigilancia. Es soñar y ofrecer perdón y justicia. Es bordear la frontera y ampliar el horizonte humano. «El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad» (Ana María Matute).
Iglesia del Convent de Sant Domingo: El foro de los negocios públicos y las leyes es defensa del espacio donde el individuo y la sociedad crean códigos y acuerdos para relacionarse y así adaptarse los unos a los otros. Es búsqueda de plenitud y comunidad, tolerancia, libertad y defensa de pertenencia a una única civilización. Es temor a la irrelevancia del ser humano y a sus comportamientos menos ideales.«La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.» (Cicerón)
La torre del jardín de las musas es el espacio mágico que provoca la atmósfera poética, el jardín amurallado donde diosas inspiradoras de las artes miman al poeta poseído por su verdad, eterna en un cuerpo de mujer y efímera por naturaleza. Es el taller donde garabateo trazos alquímicos de deseos, anhelos que profanan mis espacios más sagrados. «Quiero que la muerte me halle sembrando coles... y yo tan indiferente a ella como a mi imperfecto jardín». (Montaigne).
Vivimos en un frágil equilibrio de fuerzas opuestas: enfrentamos memoria, miedo y azar al deseo y deleite de vivir. Hoy las vanguardias, que nos enseñaron a mirar y nombrar de manera nueva los objetos y al hombre, son academias de usadas trascendencias. Alejadas del bien común, consiguen una pérdida de interés y alejan el mensaje menguando su autoridad.
En un mundo creativo, las obras más fascinantes nacen en las grietas. Estos tiempos convulsos y extraños, esta epidemia que nos amenaza y alerta de lo frágil que es el futuro, acentúan los múltiples lazos que nos unen a los humanos a un objetivo común. Como artista, ni el miedo o el engaño deben guiar mi pensar. Soy transmisor de criterios morales y busco en cada nueva imagen expandir mis límites y mostrarme como soy a sabiendas de que puedo ser distinto mañana si mi aprendizaje me modifica o pierdo mi soñar. Las obras se agrandan por la cantidad de amor y pasado que puedes intuir en ellas. No se si mis obras son respuesta a la pregunta, pero se que son fruto de este sentir.