La principal diferencia radica en que los sanitarios «salimos de la zona de confort», esto es que «ahora nos vamos al domicilio del paciente, hablamos con él, estamos entre sus cosas, le explicas el proceder tras su fallecimiento», añade. «Los que participamos en el proceso compartimos una profunda intimidad con el donante».
En este nuevo protocolo confluyen dos procesos diferentes con sus respectivas regulaciones. Por un lado la Ley de la Eutanasia, cuyo objetivo principal es regular el derecho individual a recibir ayuda médica para morir; y por el otro, el Real Decreto sobre extracción y trasplante de órganos. «Son procesos con características clínicas muy distintas, independientes, pero paralelos y consecutivos», añadió el experto.
Otro de los principales cambios respecto a una donación de órganos por un fallecimiento sobrevenido es que la muerte debe producirse en el centro hospitalario. El paciente entra por sus medios, consciente, respirando, y se le da una habitación individual en una planta convencional, normalmente relacionada con su patología.
Lo que prima en ese primer momento es la comodidad del paciente y de la familia a quien se le da su espacio y tiempo para despedirse.
Se requiere que los equipos de ambos procesos estén coordinados, según señaló el doctor Velasco. El responsable de la eutanasia, que suele ser el médico de Atención Primaria, es quien debe certificar la defunción. A partir de este momento, interviene el equipo de donación. «Nosotros siempre entramos detrás», añade la directora médica de la Organización Nacional de Trasplantes, Elisabeth Coll que aclara que «hay unas recomendaciones estatales pero en cada hospital se hace una manera».