Luis García (Puertollano, 1946), uno de los más importantes
dibujantes de cómics que ha dado nuestro país, expondrá en la
galería Horrach Moyà de Palma, a mediados de abril, la que será su
primera gran exposición pictórica.
El autor de álbumes imperecederos como «Las Crónicas del Sin
Nombre», «Cuatro amigos», «Etnocidio» o «Nova-2»; el fundador de la
revista «Rambla» y colaborador habitual de la revista «Totem»,
ambas ya desaparecidas, fue una de las figuras fundamentales sobre
las que se basó el auge del llamado cómic para adultos de
principios de los ochenta. Luis García ha sido para el cómic lo que
Jimi Hendrix ha sido para la música. Un transgresor genial, con una
técnica inigualable y una gran capacidad para la provocación visual
que usó tanto con fines artísticos como políticos.
Después de haber alcanzado un reconocimiento universal con su
obra, desapareció sin dejar rastro para regresar ahora reencarnado
en un extraordinario pintor.
«Siempre hay personas que tienen miedo al cambio», responde el
prestigioso dibujante, justificando la sorpresa que generó su
abandono de un noveno arte que dominaba a la perfección, para
introducirse en el terreno ignoto de la pintura. «Yo, en cambio,
rompí con los amigos, con Barcelona, con el mundo del cómic, con
todo. Y me fui a Madrid. Después de tantos años haciendo cómic me
aburría. Sentía que tenía una asignatura pendiente. Y esa era
pintar. Al contrario de muchos otros dibujantes o diseñadores que
pasaron con aparente facilidad a la pintura, Luis García se tomó su
tiempo. Él mismo dice que se pasó ocho años estudiando técnicas
pictóricas, «buscando, en un campo plástico mucho mayor mi propio
estilo. Así que me iba al Museo del Prado y hacía copias de
Velázquez».
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