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Los mallorquines de El Diablo en el ojo van a conseguir un hito histórico dentro de la escena musical mallorquina al publicar simultáneamente en España y Francia su primer disco. «Nit», que ha contado para su grabación con un cuarteto de cuerda, con clarinete y acordeón, será puesto a la venta el próximo 2 de mayo y presentado en el cine Rialto, escenario que se cede por vez primera para un concierto de rock, el 10 del mismo mes. De todo ello habla Jordi Maranges, cantante del grupo que componen Michael Mesquida (guitarra); Luis Bestard (batería); Marc «Kowalsky» (teclados) y Xisco Joan (bajo).

"¿Cómo surgió lo de presentar el disco en el cine Rialto?
"Apareció la posibilidad de presentarlo en el Rialto y nos gustó la idea. El Diablo en el ojo, por su estética, encaja muy bien en este tipo de lugares poco convencionales, terciopelo rojo y más atención para el grupo al estar los espectadores sentados. Siempre nos ha gustado cuidar nuestra imagen aunque es algo que no nos quita el sueño. Ni somos ni queremos convertirnos en esclavos de esa imagen. Pero también es cierto que sentimos una especial predisposición por las atmósferas oscuras y románticas.

"¿Entonces es cierto que son un grupo más bien oscuro y depresivo?
"«Nit», nuestro primer disco, es un álbum tan luminoso que incluso nos ha sorprendido a nosotros mismos. Esa luminosidad y romanticismo se ven reflejados en todos los cortes. Por otra parte, es un disco de mucha interpretación con una cierta tendencia al histrionismo.

"¿Qué más se puede decir de «Nit»?
"El disco es como un gran hotel con muchos ambientes diferentes. Una especie de prostíbulo, clásico y elegante, donde cada canción abre una puerta a una historia, a un universo único; y en la siguiente te encuentras uno nuevo. En el disco hay canciones que intentan evocar el periodo de entreguerras en un cabaret berlinés, uno de esos tugurios rebosantes de humo y sexualidad. «Justine» trata de la historia de un transexual. Una batería acolchada y un clarinete crean la sensación de un sonido más antiguo. «Berlín» busca el efecto contrario, el de la redención tras el pecado.