Desde hace una decena de años Rafael Àlvarez «El Brujo» encarna al
Lazarillo de Tormes, un personaje que ayer interpretó en el Teatre
Municipal con lleno absoluto, un título en un largo curriculum
profesional sobre el que dijo: «Es la obra con la que me siento
mejor y a la que más quiero». Palma fue una parada en un periplo
que «El Brujo» lleva a cabo por todo el país en una gira organizada
por la Cadena Cope.
Al actor le gusta hablar de este personaje «basado en el
lenguaje popular, tradicional dentro del teatro, el de los cómicos
ambulantes donde es muy importante el papel del humor, el gesto y
la improvisación» por lo que en todos estos años la obra se ha ido
enriqueciendo desde la adaptación original que en su día hizo
Fernando Fernán Gómez. Según relató, en el Siglo de Oro la novela
picaresca alcanzó una enorme popularidad pero más que personajes
extraídos de la realidad, los pícaros «pertenecían a la invención
del novelista». Como respuesta a la novela de caballerías «los
pícaros eran los caballeros andantes pobres, del lumpen». Y
respecto a la vigencia de este prototipo de la literatura añadió:
«Los pícaros de hoy en día están más dentro de los ámbitos del
poder desde donde pueden tomar decisiones; los de entonces tenían
más que ver con los inmigrantes que en la actualidad han de
ingeniarse habilidades y recursos para sobrevivir».
Como hombre de teatro, «El Brujo» no quiere obviar situaciones
que le parecen criticables y comenta que en la actualidad hay
empresas que están desvalorizando tanto la profesión que «un foco
vale más que un actor aunque yo pienso que la luz la lleva el actor
porque la esencia del teatro es la presencia de éste», para
continuar lamentando que «vivimos en una democracia más teórica que
operativa y hay mucho miedo a expresarse libremente por parte de
los actores porque la profesión vive con temor a no ser
contratada». Hablar de todo ello en público, e incluso subirlo al
escenario como él hace, lo considera una cuestión «de higiene»
porque «cuando un actor deja de expresarse deja de ser útil a la
sociedad».
Tener que callar por miedo a las presiones le parece que es algo
que va «contra la libertad de expresión y contra la democracia». Y
de todo ello habla «El Brujo» en este Lazarillo de Tormes que ha
ido evolucionando con los años y al que él lleva situaciones de la
vida real «con humor, sin querer ser ácido»; y lo hace solo en el
escenario en un monólogo en el que pone a prueba todos sus
recursos.
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