Las restauradoras catalanas Carme Masdeu y Luz Morata inventarían
el patrimonio textil del convento de las Caputxines, labor que
comenzaron en 1996. Expertas en tejidos, su función consiste en
fichar, catalogar y analizar los conjuntos litúrgicos o ternos que
integran los fondos del monasterio y de los que, hasta el momento,
han encontrado unas 700 piezas. El trabajo, coordinado por Aina
Pascual y Jaume Llabrés, y patrocinado por el Àrea de Cultura del
CIM, viene a sumarse a los inventarios ya finalizados y publicados
sobre belenes, joyas, cerámica y pequeña imaginería.
Carme y Luz, dos de las pocas especialistas que existen en
España sobre tejidos, trabajan con mimo en el porche del convento,
donde han instalado su taller y un plató fotográfico de campaña.
Por sus manos desfilan las piezas que integran los conjuntos:
casulla, estola, manípulos, cubrecáliz, bolsa de corporales,
hijuela, dalmática, collarines, capa pluvial y velo humedal. Las
piezas que alberga el monasterio se datan entre los siglos XVII y
XIX y sobre ellas dicen las restauradoras: «Poseen un gran valor
histórico y son de una riqueza documental extraordinaria, ya que
son portadoras de una información extensa y de primera mano
derivada de la variedad de tejidos, según las épocas y modas, y las
técnicas utilizadas en la realización de las telas».
Éstas últimas son de procedencia seglar provenientes de piezas
de la indumentaria que integraba la dote de las novicias o producto
de donaciones. «Hasta el siglo XIX no se elaboran telas específicas
para los ornamentos litúrgicos», dicen. Realizados por las monjas,
los conjuntos aparecen ricamente bordados en seda mediante hilos
metálicos de plata o dorados. En el XVII lo que imperaba era la
moda naturalista, a base de bordados pequeños en los que se
representaba la naturaleza tal como la veían entonces. En el XVIII
predominan las flores, cintas que imitan puntillas, pájaros, frutos
silvestres y sobresale el gusto por lo exótico, por la flora de
otros países.
El XIX es el apogeo del neoclasicismo, de influencia
napoleónica, con lentejuelas, tornasolados y motivos eucarísticos.
Las expertas destacan el buen grado de conservación. Las monjas han
almacenado con un cuidado exquisito todas estas piezas, guardadas
entre papeles antiguos «que por sí solos ya merecen un estudio». A
partir de ahora cada una de ellas está ordenada mediante una
completa ficha elaborada por las restauradoras. Serán expuestas al
público, cuando finalice el inventario y análisis, en la
tradicional muestra de belenes del monasterio.
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