En él, habla de José María Aznar, Baltasar Porcel, Josep Piqué,
Jordi Pujol, George Bush, Duran i Lleida, historiadores catalanes
como Antoni Vilanova y J.B. Culla y, muy especialmente, de Joan
Maragall, de quien piensa que la cultura catalana ha sido «injusta»
con él al limitar su presencia a la poesía , «sin tener en cuenta
sus artículos en castellano», los cuales demuestran su carácter de
«intelectual moderno», acreedor de «una Catalunya que necesitaba
estar a la altura del rigor europeo». En «Cent dies del mil.lenni»
entra «en el día a día de forma más explícita» que en sus
anteriores volúmenes de género. Puig reafirma, siempre que puede,
su punto de vista «conservador pero culto», a pesar de percibir
como la reiterada muerte de las ideologías ofrece un panorama donde
sólo hay «conservadores de derechas y conservadores de
izquierdas».
Un periodista, durante la presentación, le hizo notar su
moderación a la hora de hablar de personajes públicos, tanto de la
política como de la cultura, en contraste con sus anteriores
dietarios. El autor asumió que había dejado de decir alguna cosa,
pero que no había escrito ninguna mentira. «Quizás es un error no
hablar mal de nadie», añadió. Aunque sí critica a algún
comentarista literario y al último y polémico biógrafo de Pío
Baroja, Eduardo Gil Bera. Cree que las ideologías «tienen hoy poca
fuerza, también en la literatura, cuando tu yo desaparece en la
primera escena». Las ONG tampoco son santo de su devoción: «Tienen
gente que podría hacer el bien al hombre de la esquina y, en
cambio, se van al extranjero», asevera.
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