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LAURA MOYÀ
El patrimonio histórico de un pueblo no sólo consiste en los diferentes edificios, ni en las costumbres y hábitos de una cultura determinada. Abarca muchos campos, incluso la numismática. El Centre de Cultura de Sa Nostra mostró ayer, por primera vez, su fondo de reales de Pere III y I de Mallorca. 23 piezas planas, del tamaño de una moneda de 20 duros, se expusieron por un día durante la conferencia de Miquel Crusafont, presidente de la Societat Catalana d'Estudis Numismàtics, y Aina Balaguer, historiadora y secretaria de la misma.

La moneda llegó pronto a Baleares. La invasión púnica llevó la primera a Ibiza en el siglo III a.C. Se utilizaba para financiar las guerras púnicas. Mallorca y Menorca tuvieron que esperar hasta la dominación bizantina para tener la suya. «Con la conquista cristiana se introdujo una nueva moneda, común en Valencia y Mallorca», explicó Crusafont. La aparición del Regne de Mallorca propició una moneda autóctona impulsada por Jaume II. Este rey tardó diez años en empezar a acuñar los primeros reales de oro, en 1310, los únicos en oro del occidente cristiano.

«En 1340, Pere III introdujo piezas de oro que imitaban los reales del rey Jaume II», comentó Crusafont. Estas monedas reproducían el mismo dibujo: el monarca sentado en un trono sosteniendo en una mano el cetro y, en la otra, el globo terráqueo. En el reverso, la cruz patriarcal, el emblema del cristianismo. Los reales se acuñaban en los talleres monetarios. Cada responsable dibujaba la marca del taller. Por eso, tanto a la izquierda del rey como en el reverso de la moneda, pueden encontrarse dibujos como, por ejemplo, una concha o una rosa. Estas marcas son la firma del maestro. Los reales podían encontrarse en cualquier parte. Se aceptaban en todos los sitios, ya que era «una moneda de comercio internacional», según dijo Crusafont. Una especie de euro, pero a la antigua.