Es el rey de la música pop en España. Ni «estopas» ni «orejas» son
capaces de atraer tal cantidad y variedad de gente. Habían pasado
tres años desde la anterior visita de Alejandro Sanz a Palma y se
notaba que la gente tenía ganas de verle. A mediodía de ayer,
cuando decenas de jóvenes se encontraban en las inmediaciones del
Lluís Sitjar, se habían vendido 23.000 entradas, según fuentes de
la organización. Quedaban 1.000 en taquilla, que se esperaban
vender a lo largo de la tarde. Y se repartieron unas 2.000
invitaciones. El príncipe Felipe también se apuntó al concierto
como un admirador más.
El estadio registró un espectacular lleno con 25.000 personas
que disfrutaron de un concierto perfecto de sonido, luz e imagen.
Por poner un pero, se podría decir que Alejandro Sanz no necesitaba
un escenario tan mastodóntico, (23 metros de alto, 36 de ancho y
una altura máxima de 22), más propio para bandas tipo U2 o Rolling
Stones que para un solista.
Faltaban unos minutos para las once de la noche cuando los
primeros compases de «Tiene que ser pecado», incluido en su último
álbum «El alma al aire» (del que ha vendido más de 2'3 millones de
copias) sonaban al mismo tiempo que aparecía el protagonista de la
noche, vestido con un pantalón rojo, una camiseta negra y una
americana también negra, bajando por una impresionante escalera.
Comenzaba el delirio. Gritos de «Alejandro, Alejandro», «guapo»,
«tío bueno» y muchos recuerdos a su reciente paternidad, se
entremezclaban con la canción. A partir de ahí, y durante dos horas
largas, el aspirante a cinco premios «Grammy» fue desgranando su
repertorio forjado tras otros tantos álbumes. «Cuando nadie me ve»,
«Mi soledad y yo», «El alma al aire», «Amiga mía», «Y si fuera
ella», o «Quisiera ser» fueron coreadas casi hasta la
extenuación.
Bien es verdad que por la complejidad de algunas de las letras
de su último trabajo, «El alma al aire» no ha llegado a ser tan
popular como su anterior disco, «Más», en el que prácticamente
todos sus temas se convirtieron en «singles». Y el propio artista
es consciente de ello y por eso en el concierto alternó unas y
otras composiciones sin olvidar éxitos más lejanos en el tiempo
como «Viviendo deprisa» o «Se le fue la luz». Se produjeron algunos
altibajos en la participación de la gente (dentro de un tono medio
muy alto), por otra parte necesarios porque no puede ser bueno para
el cuerpo estar 120 minutos en éxtasis.
Tal como ocurriera en su anterior gira, el punto y final no
podía ser otro que su celebérrimo «Corazón partío», precedido de
unas sentidas y profundas bulerías dedicadas a su hija Manuela.
«Corazón partío» ha pasado a convertirse en más que una canción. Es
un himno que le ha dado fama mundial y dinero (se dice que vendió
los derechos de autor por unos 1.500 millones de pesetas). Un
broche de oro perfecto para el concierto más esperado del año en
Mallorca. Ahora, se tomará un descanso hasta mitades del próximo
mes cuando actúe en Canarias. Y después, a componer nuevos temas y
ver si es capaz, difícil lo tiene, de sacar otro «pelotazo» y
cambiar su «Corazón partío» para el final de sus actuaciones.
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