El Mediterráneo, el mar frente al que nació hace 73 años Adolfo
Marsillach, acogerá sus cenizas después de ser incinerado ayer en
Madrid tras recibir el calor de amigos, compañeros, políticos y
admiradores que no dejaron de desfilar por su capilla ardiente.
Marsillach falleció el lunes mientras dormía, tras una larga
enfermedad que le permitió planear con tiempo cómo debía ser su
despedida: incinerado, sin signos religiosos externos y rodeado por
su gente.
Murió «sin dolor», como confesó su hija Blanca, pero las huellas
del dolor que había dejado en la escena española no tardaron en
aparecer en la capilla ardiente que, desde la una de la madrugada y
hasta las cinco de la tarde, fue instalada en el Teatro Español,
del que fue director. Su viuda, Mercedes Lezcano, y sus dos hijas,
Blanca y Cristina, fruto de una anterior relación con Teresa del
Río, estuvieron a lo largo de la noche y el día al lado del
féretro, de madera clara y sin cruz -como él quería-, ocupando el
centro del escenario sobre una tela de terciopelo rojo, iluminado
por cuatro focos y rodeado por otros tantos candelabros de
plata.
El desfile de compañeros y amigos de Marsillach que querían
rendirle su último homenaje comenzó nada más quedar instalada la
capilla ardiente. María Jesús Valdés, Josep María Flotats y José
Sacristán fueron de los primeros en acudir al Teatro Español a
darle su adiós. Tampoco tardaron en visitar la capilla ardiente los
primeros cargos públicos, como Andrés Amorós, director general del
Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, un cargo
que en su día ocupó Marsillach. Pero fue con la llegada del día
cuando las personalidades del teatro, del cine, la política y la
creación literaria acudieron a despedir al que no dudaron en
calificar de «maestro», «caballero de la escena», hombre
«vanguardista» y tenaz en su empeño de decir «la verdad, aún en los
tiempos más difíciles».
Rostros populares como el de su última compañera de escena,
Nuria Espert, Juan Echanove, Ana Belén y Víctor Manuel, Imanol
Arias o Carmen Sevilla acudían al Teatro Español, junto a actores
de todas las generaciones, desde Manuel Aleixandre a Pepe Sancho,
pasando por Silvia Marsó, Marisa Paredes o Cayetana Guillén Cuervo,
además de directores como José Tamayo o Lluis Pasqual. También
personalidades del mundo de la política como Alberto Ruiz
Gallardón, quien resumía la personalidad del fallecido con tres
palabras: «Lúcido, discreto y educado».
Y entre tantos rostros famosos, un sinfín de admiradores
anónimos iban llegando al Teatro Español para dedicar su último
adiós a Marsillach, desde un plano discreto, sentados en el patio
de butacas durante unos minutos y depositando en los libros de
firmas las dedicatorias de admiración sobre su persona y su
trayectoria profesional. En un teatro repleto de coronas de flores,
amigos y compañeros dejaban constancia de la pérdida del hombre de
teatro «en toda la extensión de la palabra, porque tocó todos los
palos», como lo definió el secretario de Estado de Cultura, Luis
Alberto de Cuenca.
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