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Guillermo Graves se preocupa por el legado de su padre. Como albacea, tiene el propósito de «dar a conocer quién era Robert Graves y ofrecer material a los académicos que quieran estudiar su figura y su obra». La exposición «Robert Graves. Una vida de poeta», que puede verse en Ses Voltes, recrea la vida del escritor centrándose en su vertiente como poeta.

-¿Por qué la muestra se centra en la vertiente poética de Robert Graves?

-No se puede entender su figura sin saber que, ante todo, se consideraba poeta. Toda su obra tiene, de alguna manera u otra, relación con la poesía, tanto sus libros como sus tratados sobre los clásicos. A veces, la relación no era directa pero contaba la historia de tal manera que se adentraba en la piel de los personajes. Narraba cómo era Roma igual que si explicara cómo era Palma porque, poéticamente, había vivido en el Imperio Romano.

-¿Por qué en España se desconoce esta faceta?
-El principal problema que ha habido ha sido la traducción de los textos. A nivel descriptivo, no existe ninguna dificultad pero, a nivel estilístico, sí. Las metáforas o la explicación de los lugares pertenecen a una cultura concreta, la inglesa, y debe entenderse dentro de ese contexto. Existen traducciones buenas, sobre todo en catalán, una lengua parecida al inglés por ser más estricta.

-¿Qué clase de poeta fue Robert Graves?
-Empezó su carrera durante la Primera Guerra Mundial. Era contrario al conflicto bélico y denunciaba sus horrores. Mi padre participó como oficial en la contienda y se desveló por sus hombres. Cuando finalizó la guerra padeció un shock traumático. Veía fantasmas; sus amigos muertos en el campo de batalla se le aparecían por la calle; cuando un coche hacía un ruido extraño, él se tiraba al suelo, creyendo que se trataba de balas. Durante diez años sufrió este infierno. Después, cuando conoció a Laura Riding, su poesía se convirtió en metafísica. Más adelante, llegaron los versos de amor.

-¿Qué papel ejerció Mallorca en la vida y obra de su padre?

-Mallorca fue un exilio impuesto tras el intento de suicidio de su primera esposa, Nancy Nicholson. Vino de la mano de Laura Riding. Nunca se integró en la Isla. Cuando empezó la Guerra Civil, regresó a Inglaterra y, en 1946, a Deià. Volvió acompañado de mi madre, Beryl Pritchard, y se quedó para siempre.

-¿Por qué no se integró en la Isla?
-Se integró en la vida diaria de Deià pero no en la cultura local, aunque no le dio la espalda por completo. Pensaba que tenían pocas cosas en común.