Los hados no fueron favorables a una entrevista en la plaza de
Sóller. Lo que hubiera sido un desayuno cuando el sol aún no
calentaba, terminó, horas más tarde, en una conversación por
teléfono, artilugio nada indicado para charlar con un artista de
hablar pausado cuya voz se pierde por los vericuetos de la línea.
Miguel Àngel Campano (Madrid, 1949) inaugura hoy en Pollença, en la
galería Maior, una exposición que ha titulado «Sudario».
De la muestra y algunas cosas más de la vida, habló el pintor,
Premio Nacional de Artes Plásticas en 1996, desde la montaña de
Sóller, donde vive rodeado de cierto misterio. «Mi cuerpo es como
un olivo y el óleo es el aceite de mi vida». Desde hace un tiempo,
no mucho, ha cambiado el lienzo por telas que trajo de la India.
«No es casual, me excito con el textil», dice sobre esta aventura
plástica. Son los lungees, que se utilizan para vestir y en los
ritos funerarios, telas con dibujos geométricos «en las que hay una
interrelación de líneas que parecen luchar entre lo que me aportan
y lo que yo quiero darles». Campano interviene sobre ellas. «Vivir
es tan complicado hoy día que mi vocación sería explicar las cosas
en lo esencial, tratar de coger la esencia, entonces, aquí, lo que
sucede es que la esencia pueden ser las cuadrículas que forman el
propio tejido y si quieres añadir algo lo estropeas». Pero él lo
hace, con inusual variedad de color, con elementos geométricos
característicos de su pintura en blanco y negro y manchas, gestos.
«Me gusta el riesgo, romper límites, pensar ¿qué hay detrás de esa
valla?». En sus sudarios hay pintura y hasta ceniza. El sudario
«envuelve los muertos» y el tejido «chupa las lágrimas del cuerpo»,
el sudor.
Le confesamos que el teléfono es un incordio, pero él asegura:
«Así es mejor, así no tengo que hacer el tonto porque soy un
mentiroso poderoso, no lo puedo evitar». ¿Habla en serio, en broma?
No lo sabremos.
No quiere que le llamemos artista: «Soy un buen pintor que no
busco nada, lo único que deseo es la inmortalidad». Y piensas si
debes creerle cuando continúa con una ligera expresión: «¡Me
encantaría tanto no morirme nunca, ser eternamente joven,
eternamente gilipollas!».
Este «tímido echao p'alante» se define «depresivo», sin embargo,
al otro lado, a ratos, oímos una agradable risa que compartimos.
Fue un placer.
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