El público mallorquín de música clásica es discreto y
circunspecto. Raramente se apasiona pero nunca expresa su
desaprobación. Correcto en todo, uno diría que es un perfecto
cumplidor de las normas sociales que rigen los actos culturales.
Previsible en su movilización y en su comportamiento, el concierto
organizado por Joan Pons en el Auditòrium a beneficio de la
Fundación Clarós, que lucha contra la sordera, tuvo desde este
punto de vista mucho de atípico.
La velada tuvo el calor de los flashes y los políticos en las
primeras filas. Entre el público, Jaume Matas, presidente del
Govern; Francesc Fiol, conseller de Cultura del Govern; Catalina
Sureda, directora general de Cultura y Pedro Clarós, presidente de
la Fundación Clarós. El entusiasmo del público, muy atípico,
desencadenó ovaciones cerradas que superaron el tiempo que mandan
los cánones, «bravos» espontáneos y una generalizada sensación de
extraordinariedad: el recital, a pesar de sus tres horas, se hizo
corto.
Desde el punto de vista técnico, excelente el criterio de la
selección. Joan Pons demostró que es mucho más que un gran
cantante. Conocedor del repertorio y enamorado de toda la ópera,
escogió las obras con gusto e inteligencia. Hubo de todo. A pesar
del título, el concierto no se limitó a duetos. Melodías conocidas,
pero también arias apenas familiares. Piezas aptas para el
virtuosismo vocal («Je veux vivre»), la recreación dramática
(«Signore v assista il cielo»), el intimismo más expresivo
(«Lamento di Federico») y hasta resonancias del género chico («Le
van a oir»).
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