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El actor Eusebio Poncela reconoció ayer en Palma que tuvieron que pasar quince años hasta que aceptara interpretar «Macbeth» de William Shakespeare, «la obra más trágica del autor más trágico de la historia de la tragedia». Este espectáculo, dirigido por María Ruiz, puede verse este fin de semana en el Auditòrium.

Para Eusebio Poncela, esta adaptación de «Macbeth» significa su vuelta a los escenarios tras nueve años de ausencia. Lo dejó por el cine y por sus cosas, y ahora vuelve con lo que él define como un «papel de castigo», como lo son, dice, Romeo, Otelo, el Rey Lear o Hamlet, porque «mantienen al actor protagonista siempre a punto de un paro cardíaco». No en vano, afirma que se trata de un papel que sólo se puede interpretar una vez en la vida, «una, no más».

De todos modos, a Poncela le gusta Macbeth y, lo que es más importante, a Macbeth le gusta Poncela. «Entiendo perfectamente la ambición de poder de Macbeth, aunque la mía sea de otro modelo, quizás más mística. Soy también bastante violento, así que le entiendo por varios frentes, y el muchacho me entiende a mi», explica el actor. Sobre el personaje destaca también su «esquizofrenia», así como su intensa y acaparadora personalidad: «Yo me llevo al personaje a casa y al baño. Cago con él, meo con él, follo con él. No me queda más remedio que convivir con él estrechamente».

Este mimetismo libra a Poncela del uso de cualquier método que le acerque al personaje. Acepta que «hay premisas actorales que uno no puede abandonar nunca», pero prefiere dotar su papel de la frescura que otorga la libertad interpretativa. En este sentido, Poncela admite que él no es el típico actor profesional: «Yo me acerco al teatro muy de vez en cuando. Hace casi diez años que no pisaba un escenario, porque ha habido otro tipo de actividades. He enviado a tomar por culo a Poncela y he sacado a pasear a Eusebio, a que viva un poco la vida. No vamos a estar dando el coñazo todo el tiempo con la vida profesional. Hay que descansar, cargar las pilas».

Por otra parte, zambullirse en aguas shakespereanas es hablar de palabras mayores, sobre todo por su complejidad psicológica. «No es lo mismo interpretar un texto de cualquier buen cineasta que uno de Shakespeare, porque éste autor toca todas toca nuestras fibras, alumbra cosas que llevamos dentro, ilumina nuestras pasiones, las bajas más que las altas». También destaca de «Macbeth» su atemporalidad y apunta que «hay muchas maneras de ver esta obra, posicionándose antes del siglo X, cuando todavía no imperaba la cruz religiosa, o desde una perspectiva contemporánea, desde personajes que actualmente están haciendo sangrar al mundo. Eso es lo bueno de las obras de Shakespeare, que abarcan cualquier milésima de segundo de la historia».

Sobre su trayectoria profesional, afirma haberse sentido rechazado muchas veces «por raro», nunca «por falta del talento». Haciendo uso de su particular temperamento, sentencia: «Mi única arma es no configurar nada falso en mi mismo».