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JOAN CABOT

Cuando Martin Rev salió al escenario del Centre de Cultura Sa Nostra, uno recordaba la sensación de peligro que inspiraba la música de Suicide. La misma actitud desafiante y punk, aunque con bases actualizadas. Rev fue el guiño de Centremàtic a una época en la que rock y electrónica no estaban todavía diferenciados y en la que fueron los atrevidos los que sentaron las bases para una nueva manera de crear. Y Rev, más de treinta años después, sigue sonando atrevido y desafiante. Aporreando el teclado casi sin volver la mirada, provocando un caos orgánico y frenético sobre el que recitar y escupir al estilo beatnik. Pura actitud, algo que le ha faltado a mucha de la música electrónica que, consciente o inconscientemente, ha bebido de lo que gente como él hizo hace demasiados años.

De hecho, una de las mejores cosas de Centremàtic fue poder comprobar que el futuro es algo antiguo: el mañana fue ayer, y la electrónica tiene tanta historia hoy en día como tenía el rock en los setenta. Quizás ahora necesite su propio punk. Algo parecido a la cacharrería salvaje de Los Caballos de Düsseldorf: una versión sin guitarras de Solex que ofreció un showcase de lo más burro y divertido.

Antes, Silvia Grijalba había dado sus propias raciones de ruidismo, utilizando el theremin y bases pregrabadas, aunque sin demostrar demasiada técnica. No era Clara Rockmore, precisamente. Lo suyo fue más cuestión de manipulación que de afinación.

Más hedonistas sonaron Sao Paulo Underground Duo, uniendo los aires del jazz más tropical con la escuela post-rock de Chicago, entre sutilidades de laptop y percusiones envolventes. Un directo agradecido y fácil, después de LCDD, en el que las maquinitas perdían protagonismo ante el trazo de la trompeta.

The Magnetic Band le deben algunas cosas, precisamente, a esa escuela de Chicago: ellos también apuestan por las sutilezas pausadas y cerebrales. Mejoran cuando uno puede disfrutar de su música en un auditorio cómodo, en las distancias cortas.

Pero uno de los mejores momentos de la noche llegó de la mano de los berlineses Robert Lippock y Barbara Morgenstern, que presentaron su soberbio «Tesri» en directo. Uno es la mano de la tecnología y la otra la de la calidez humana, en un juego sugerente y bello que dejó alguno de los mejores momentos de Centremàtic. Solo por ver la sonrisa de Morgenstern valió la pena aguantar el calor y los agobios de un Centre de Cultura que se quedó algo pequeño. Siempre podías huir un rato y pasar por la cafetería, a practicar ese deporte tan postmoderno de saludar sin parar o a escuchar a The Melting Pot Djs dando bandazos con criterio, pasando del hip hop a la bossa con un desparpajo envidiable. Puede que la música no tenga fronteras, ni siquiera tecnológicas.