Con «Polypus Malignus», estrenada en 1986 en el Teatre Principal, la compañía empezó su camino.

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En 1985, un grupo de amigos procedentes del Centre d'Experimentació Teatral de la UIB decidió formar una compañía. Rafel Vives, Toni Picó, Bàrbara Quetglas, Joan Carles Bellviure, Carles Molinet y Pere Fullana, recién llegado del Institut del Teatre de Barcelona, se unieron para poner en marcha La Iguana, un proyecto que nació con un objetivo claro: «Anteponer la calidad de la obra al resto», según Molinet. Veinte años después, y transformados en Iguana Teatre, siguen trabajando por y para conseguir siempre «un buen producto». Para conmemorar su aniversario, han programado para 2006 una serie de actos.

Fue entonces cuando llegó la quiebra. «Nos arruinamos, no podíamos recuperar lo invertido y nuestro futuro parecía desmoronarse». Una oferta para hacer 35 performances en una discoteca se convirtió en su salvación. «Durante seis meses, realizamos dos espectáculos semanales para turistas, unos espectáculos atípicos, con demonios y pirotecnia, que se hicieron famosos». El esfuerzo se vio recompensado con la opción de seguir sobre los escenarios y, además, les dio la idea para su «Nit de foc», que estrenaron por Sant Antoni en sa Pobla en 1988 y que se convirtió, con los años, en uno de sus montajes más famosos.

El primer hijo de Iguana fue «Polypus Malignus». Estrenada en abril de 1986 en el Principal, fue un primer paso en el camino que se basó en la intención de «no ser nunca amateurs». «Hicimos un estudio de viabilidad económica e iniciamos los trámites para convertirnos en una cooperativa». Los actores se transformaron en empresarios y empezaron a vérselas con contratos, proyectos y con lo más difícil, la financiación. «Protagonizamos pasacalles, acciones de calle y trabajamos en fiestas y discotecas, pero no bastaba para mantenernos como compañía».