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J.CABOT

Con el cartel de no hay entradas colgado desde hacía semanas y con nuevo disco. Así se presentó en Mallorca El Canto del Loco.

El grupo madrileño presentaba los temas de «Zapatillas», su cuarto disco en cinco años. Probablemente se trate de su trabajo más directo y crudo. Y ellos son uno de esos escasos fenómenos demainstream que soportan bastante bien las idas y venidas y que al final sobreviven porque no hay mucho más de lo que ves, pero tampoco mucho menos.

El aire fiero del disco se hizo notar en los primeros compases de su concierto en Megapark. Arrancaron a base de distorsión y estribillo infalible y sus fans se entregaron desde el primer momento a la liturgia de cantar estribillos. La sala estaba llena, el escenario se les quedaba algo corto, y en general el recinto es algo ortopédico. Hay columnas aquí y allá y la organización acertó a poner pantallas para que nadie se perdiera el espectáculo, en general bastante extático. Después de media hora sin reducir marcha, El Canto del Loco empezó con los medios tiempos y las baladas. La más coreada fue «Contigo», de su segundo álbum. Fue cuando más se notó el lleno de la sala. Y después decayó un poco el ritmo del concierto. Tomó las voces David Otero, el guitarrista principal, y levantó un poco la cosa con guiños al reggae. El tipo paró el concierto cuando se dio cuenta de que alguien se había desmayado en primera fila y se ganó los vítores. Retomó el tema donde lo había dejado y de allí a la infalibilidad de temas como «Volver a Disfrutar» o «La Madre de José».

Para entonces ya poco quedaba por ver, excepto los amagos de irse para casa. Salieron al bis, claro, y remataron el concierto con esa infalibilidad transgénica que les ha convertido en herederos de Seguridad Social y un poco de Hombres G. En parte continúan con esa estirpe del rock en castellano, signifique lo que signifique eso.