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JOAN CABOT

Como ya demostró en su primera edición, la vocación del Centremàtic va más allá de las fronteras de la música electrónica. Haberla hayla, pero más que centrarse en las herramientas, el festival busca conceptos y, probablemente, el que mejor lo defina sea el de música avanzada, por mucho repelús que pueda provocar la expresión. Al fin y al cabo allí cabe tanto la improvisación beatnick de Damo Suzuki, miembro de una de las instituciones del krautrock como fueron Can, que venía a actuar en el Centre de Cultura Sa Nostra junto a los locales Phogo. No se habían visto hasta momentos antes del concierto. Ésa era la única regla. También es avanzada, y abierta, la música los británicos Isan, cuyo pop encuentra en las texturas electrónicas un colchón suave y mullido sobre el que mecerse.

Así las cosas, no es de extrañar que Centremàtic atrayera a un público heterogéneo y numeroso que disfrutó ya desde las primeras horas de lo que ofrecía. Para empezar, la sesión de Maxi Gilbert en la cafetería del centro y el madrileño Damián Schwartz interpretando en directo una nueva banda sonora para el documental de Jean Painlevé. Como el año pasado, también había concierto de Theremin. Esta vez a cargo de Barbara Buchholz, una instrumentista mucho más virtuosa que Silvia Grijalba, a quien vimos en la edición anterior.

A partir de allí empezaban los platos fuertes, el primero DJ/Rupture. Se presentaba en Mallorca con el artista visual Daniel Perlin y su set fue un lujazo. Entre el directo y la sesión, siempre en la cuerda floja y trazando espirales y tirabuzones imposibles entre estilos. Mientras, en la cafetería, estaba el periodista Vidal Romero. A medianoche la fiesta se trasladaba a la discoteca Art Decó, con la guerrilla urbana de la dj francesa Missill y el freestyle de las fiestas Lucha Libre. El lunes había sido Biosphere el encargado de ofrecer un pequeño aperitivo de lo que sería esta segunda edición del Centremàtic. El noruego Geir Jenssen se concentró en la parte más ambiental de su producción, en una primera velada a la altura de una cita que, por lo visto, ha venido para quedarse y para llenar lo que, hasta hace poco, era un vacío flagrante.